viernes, 24 de julio de 2015

Historia


El arte de construir relatos vitales reparadores

Eva Bach Cobacho

Butlletí d’Inf@ncia nº. 88, 2015.

D. de Benestar Social i Família. G. de Catalunya

L’art de construir relats vitals reparadors. Original en catalán

Los niños y los adolescentes tienen derecho a la verdad sobre su historia familiar y personal. Y las personas y las instituciones que nos dedicamos en su educación, cura y protección tenemos el deber de conocer su realidad para poder llevar a cabo nuestra tarea al más eficazmente posible. La salud emocional está del lado de la verdad la mayoría de las veces. Pero la verdad a la cual me refiero es la verdad de los hechos objetivos, observables y comprobables, la que Watzlawick denomina “realidad de primer orden”.

Demasiado a menudo confundimos la realidad con las interpretaciones y las valoraciones subjetivas que hacemos sobre el que sucede, la que Watzlawick cataloga de “segundo orden” y es fruto de la comunicación. Que unos padres no tienen una cura adecuada y saludable de sus hijos puede ser una verdad objetiva. Que son malas personas o que no estiman sus hijos es una interpretación subjetiva.

Todas las personas interpretamos los hechos de nuestra vida. Dice el especialista en narrativa terapéutica, Jordi Amenós, que “a nuestra mente vive un equipo de guionistas” que busca explicaciones en todo el que nos pasa y construye historias para dar sentido. Estas historias van configurando la identidad personal e influyen decisivamente en la imagen de un mismo, de los otros y del mundo, así como en los sentimientos y en las actitudes ante la vida. En los ámbitos educativo y social construimos historias sobre los niños y los adolescentes, historias que hacemos circular oralmente cuando hablamos sobre ellos y con ellos, e historias que quedan escritas y documentadas. Uno de los propósitos que nos tenemos que hacer es que sean buenas historias. Puesto que hagamos versiones adaptadas y subjetivas de todo el que vivimos, procuramos al menos que sean versiones que restauren la dignidad de las familias y apoderen los niños y adolescentes, en vez de suponerlos una losa que los ponemos encima, como acostumbra a pasar a menudo, fruto de la miopía emocional y de la atrofia de la sensibilidad que sufrimos socialmente.

Tenemos que tener muy presente que el que decimos o explicamos a estos chicos y chicas sobre el que los pasa, puede ser más determinando que el que en realidad los pasa. El biólogo celular norteamericano Bruce Lipton señala que “las emociones, los pensamientos y las creencias sobre las experiencias de vida pueden tener más peso que las propias experiencias de vida”[1]. El bienestar emocional de los niños y adolescentes, igual que el propio, depende bastante más, pues, de la interpretación de los hechos que de los propios hechos en sí. Es muy conocida la máxima de Epicteto, que dice: “no nos trastornan las cosas, sino la interpretación que hacemos de las cosas”. De aquí viene que la manera que tenemos de explicar y narrar el que sucede sea una de las claves de la resiliencia o de la capacidad de salir transformado de la adversidad.

Podemos afirmar que los hechos suceden y los sentimientos se escogen. “Muchas veces no podemos escoger el que nos sucede, ni tampoco las emociones primarias que se derivan del que nos sucede. Pero sí que podemos escoger el sentido que le queremos dar y con qué sentimientos lo queremos guardar a nuestra memoria.”[2] El relato que construimos y que ayudamos a construir tiene, pues, una importancia capital. “A veces, la manera que tenemos de explicar los hechos es más trágica que los mismos hechos en sí.”[3] Hay narrativas que amplifican la tragedia y otras que, sin negarla, la hacen soportable, hacen una metamorfosis, la revisten de posibilidades y entonces extraen de la transformación.

Todos los que trabajamos en la atención a la infancia y la adolescencia tenemos que tener mucha cura de los significados que damos a las historias de vida de los chicos y chicas, así como de las palabras que escogemos para narrarlas. “Tenemos que procurar poner siempre unas pinceladas de rosa que amorosen o mitiguen el gris y el negro, y que abren una rendija a partir de la cual renazca la esperanza y emerjan posibilidades.”[4] Hace falta que nos preguntamos si las historias que construimos y que ayudamos los niños y adolescentes a construirse tienen poder reparador, si les permiten reconstituir hilos que han quedado rotos o malogrados para sus adentros y si los impulsan nuevamente hacia la vida y el futuro.

Boris Cyrulnik, uno de los máximos referentes mundiales de la resiliencia, señala que los dos factores de protección más valiosos para evitar que un hecho vivido acontezca traumático es “que se pueda hacer una elaboración o representación verbal del que ha sucedido y que se encuentre alguien” –una mano amiga– “a quién dirigir este relato”[5]. Esto facilita que la vivencia emocional de un trauma pueda ser superada. La verdadera clave del relato está en la interpretación de la persona que escucha y que ayuda a construirlo. Esta persona tiene que ser capaz de ayudar a narrar la verdad de los hechos de tal manera que, sin adulterarlos, falsearlos ni esconderlos, resulten soportables. Tiene que ser alguien con más alma de poeta que de juez. No será nunca un buen relato el que no hace otra cosa que documentar y reproducir el tormento. El buen relato es el que consigue transformar el significado de la vivencia y los sentimientos que lo acompañaban. El relato reparador no es el que da testigo de los hechos, sino el que facilita su comprensión y modifica su representación interna porque pueda ser integrado y trascendido.

El mismo Cyrulnik indica que “cuando un trauma provoca una sombra, los relatos del entorno pueden hacer que de esta sombra surjan sapos o princesas”[6]. Y que “mientras hay palabra, hay esperanza”[7]. Esperanza de hacer surgir princesas. Justo es decir, pues, que el bienestar y la salud emocional presentes y futuros de los chicos y chicas que sufren situaciones especialmente difíciles y dolorosas no están irremisiblemente determinados por los traumas vividos ni abocados a la fatalidad. Depende, en buena medida, de la capacidad de los adultos del suyo cercando “de explicarlos y ayudarlos a explicarse la verdad con fidelidad a los hechos y con una delicadeza y un tacto exquisitos a la vez”. Hay un arte que todas las personas que trabajamos con niños y adolescentes tenemos que aprender: el de ayudarlos a construirse relatos vitales balsámicos y reparadores.

Traduc.: S.S.B.

[1] CYRULNIK, B. El amor que nos cura. Barcelona: Gedisa, 2004.
[2] CYRULNIK, B. Bajo el signo del vínculo. Barcelona: Gedisa, 2008
[1] LIPTON, Bruce. La biología de la creencia. Madrid: Palmyra, 2007
[2] BACH, E. La bellesa de sentir. De les emocions a la sensibilitat. Barcelona: Plataforma, 2015
[3] BACH, E. La bellesa de sentir. De les emocions a la sensibilitat. Barcelona: Plataforma, 2015.
[4] BACH, E., MARTÍ, C. Por amor a mi familia. La fuerza emocional del vínculo con nuestros padres. Barcelona: Plataforma, 2013
[5] CYRULNIK, B. Sálvate, la vida te espera. Barcelona: Random House Mondadori, 2013
[6] CYRULNIK, B. El amor que nos cura. Barcelona: Gedisa, 2004.
[7] CYRULNIK, B. Bajo el signo del vínculo. Barcelona: Gedisa, 2008
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