miércoles, 28 de mayo de 2014

Artículo

La identitat de l’infant adoptat

M. San Martino Pomés

Butlletí d’Inf@ncia nº. 78, 2014

Direcció General d'Atenció a la Infància i l'Adolescència, 
G. de C., 



La identidad del niño adoptado.

Adaptación al castellano: SSB

Acompañar los padres adoptivos en el descubrimiento de su hijo para conocer el origen y la identidad es complejo. Los padres se preguntan: “¿Qué piensa mi hijo de su situación?” “¿Qué se imagina?” “¿Cómo le podemos hablar de sus orígenes si no nos lo pregunta?” “¿Hay que decirle todo el que sabemos?” “¿Cuándo?” “¿Hay que filtrarle ciertas informaciones complejas?” “¿Le estamos mintiendo?” “¿Le hablamos de madre biológica o de progenitora?” Y también: “¿Qué siento yo como madre o paro verso estos progenitores?”.

El hijo adoptado necesita resolver su historia para encontrar su identidad. A menudo se hace preguntas, siendo que le falta una pieza del puzzle de su vida que no lo deja estar en paz consigo mismo ni con todo el que lo rodea. No se trata tan sólo de conocer los orígenes, sino de aceptarlos y de entender que tiene una identidad más compleja.

En este artículo querría exponer brevemente los puntos clave que tenemos que tener en cuenta profesionales, padres y terapeutas para entender el proceso que hace el niño en la busca del suyos orígenes y en el futuro descubrimiento de su identidad. Propongo ciertas herramientas (o ideas) que pueden servir a los profesionales que trabajamos con las familias. Las actividades siguientes permitirán fomentar el desarrollo de la conciencia emocional:

El abandono

La herida del niño adoptado no es la adopción, es el abandono. El hecho de sentirse abandonado genera un gran sentimiento de soledad, rabia e incomprensión. No se puede separar abandono de adopción. Los padres y los terapeutas tenemos que ayudar al niño a colocar en su historia de vida el abandono y el doble árbol genealógico: el de la familia adoptiva y el de la familia progenitora.

El abandono afecta directamente el vínculo y la autoestima, porque cuando una persona crece pensando que quién le dio la vida le abandonó, acaba pensando que es alguien “abandonable” y que, por lo tanto, todo vínculo que establezca se puede romper.

El hijo adoptado llega a la familia con una historia de pérdidas, una historia de vínculos frágiles y rotos. Lo primero que necesita el niño cuando llega a la familia no es hablar de orígenes, sino establecer vínculo, convertirse en hijo. Lo primero que necesita es saber de quién es hijo, para quién es único, exclusivo y a la vez, adquirir la confianza básica de que, alguien que no cambia, le tiene en la cabeza pase lo que pase. Esta confianza básica es la que le permitirá asumir conocimientos nuevos y entender y elaborar sus orígenes.
Cuanto más vinculación haya, más seguro se sentirá el niño a la hora de soportar todo lo que vaya descubriendo.

A menudo los padres piensan que cuando el hijo les pregunta por sus orígenes es porque está cuestionando la filiación. Es necesario que les ayudemos a entender que  cuando el hijo pregunta es cuando  siente  la suficiente confianza,  cuando está suficientemente seguro, tanto cómo para querer ir más allá a pesar de que saber que, lo que le digan, no le gustará. Querer saber, tener curiosidad y hacerse preguntas es fuente de salud mental. Hablar del abandono, sea en la terapia o con los padres, ayuda a poner límites a la imaginación y a sentirse menos abandonado. Pero este proceso tiene que ser progresivo y respetar el ritmo del niño, teniendo cuidado de las palabras que usemos, haciendo que sean ciertas pero constructivas para su identidad.

Los progenitores biológicos.
Los padres adoptivos tienen que asumir que están haciendo un relevo: “otros” le han dado la vida, ellos le dan el resto. Hay que ayudar a aceptar que la familia ado; esto  está  siempre presente, tanto en la fantasía del niño como en la de los padres adoptivos.

Desde el momento que se adopta un hijo, todo su pasado biológico pasa a formar parte de la familia adoptiva. Hace falta que sea una historia compartida por todos, que el hijo no se sienta solo con sus orígenes, que siendo suyos  lo son, también,  de sus padres.

A los padres los cuesta entender que el hijo no busca unos padres cuando piensa en su pasado biológico, busca completarse, llenar un vacío.

Hablar de los orígenes en la infancia. Recursos para los padres y los terapeutas.

ü            Reconducir el abandono. Es muy importante reconducir la idea de abandono para proteger la autoestima y desculpabilizar al niño. Va bien decirle que un hombre y una mujer (más adelante tendrán que decidir como los denominan según la edad del hijo) le dieron la vida, pero realmente no lo podían cuidar y lo confiaron a unas personas para que lo cuidaran tal como se merecía mientras le buscaban otros padres.

ü            Hablar de la adopción como de un relevo. Los padres pueden expresar: “Ellos te dieron la vida y nosotros te damos el resto, por eso eres nuestro hijo, porque pare y madre son los que cuidan, los que te educan, los que viven contigo”. Es reparador hablar de lo que les hace ser padres e hijos nombrando qué tienen de iguales y qué de diferentes.

ü            Evitar hacer juicios de valor de los progenitores. Sea cual sea la información que se tiene, hay que hablar siempre con respeto para que el niño pueda respetarse a si mismo. Esto implica que a menudo los terapeutas tendremos que acompañar los padres adoptivos para que elaboren, de forma saludable, sus fantasías en torno a los padres biológicos. Los padres tienen que reflexionar primero alrededor de que piensan de la prostitución, el alcoholismo, la negligencia, el abandono...

ü            Decir la verdad. Dar respuestas ciertas pero de modo que el niño las pueda entender y que no le destruyan como persona. Según la edad y la madurez, algunas informaciones se tendrán que filtrar y explicarlas de otro modo sin mentir.; para un niño, conceptos como prostitución, alcoholismo, maltrato... son demasiados complejos y le pueden confundir.

ü            Hablar del deseo y jugar. El juego es un gran recurso reparador: en casa y en la terapia se puede jugar a hacer que el niño nace o jugar a hacer ver que es un bebé. El juego permite vivir algo deseado que no ha sido posible en la realidad, se hace posible en la simbología. Esto fortalece el vínculo entre padres e hijo y repara carencias.

ü            Redactar la novela familiar. Hablar de cómo nació en la cabeza de sus padres, de cómo lo esperaban. El hijo adoptado necesita ubicarse dentro de la historia de la pareja.

ü            Reafirmar la exclusividad. Va bien que los padres le expresen que fue él y no otro. Igual que en la biología, también en la asignación de un niño existe el azar.

ü            Dibujar el genograma familiar incluyendo los progenitores biológicos.

Identidad y orígenes en la adolescencia
Los interrogantes alrededor del pasado, la genética y la identidad de los progenitores irrumpen con más fuerza en la adolescencia, puesto que, por definición, esta es una etapa de crisis en la cual el joven se cuestiona profundamente su identidad y el sentido de su vida.

Cómo sabemos, empieza con los cambios corporales de la pubertad: el adolescente va dejando el cuerpo de niño, que se va convirtiendo en un cuerpo de adulto, a la vez que irá dejando la personalidad de niño para ir entrenándose en ser adulto. Pero no es ni un niño ni un adulto, está en plena etapa de transformación. En este momento de cambios, al hijo biológico le calma que los padres, los hermanos y la familia extensa le permitan intuir en qué adulto se convertirá  lo  que pone límites a la fantasía. Al adolescente adoptado los cambios corporales le manifiestan, en primer lugar, su herencia genética, su origen diferente y su procedencia, es decir, a sus progenitores. Esto le crea más confusión, más soledad, más inseguridad y puede entrar en un proceso de confusión más profundo alrededor de su identidad y del sentimiento de pertenencia. En el adolescente de etnia diferente, todo esto puede aparecer de forma aun más intensa por la vivencia de encontrarse tan diferente en su entorno que, a menudo, le identifica con inmigrante; ya no se ve diferente tan sólo en la familia, sino también entre sus iguales, entre sus amigos.

Con todo, es una etapa marcada por la inquietud, pueden aparecer conductas de riesgo social y riesgo de fractura familiar. Al adolescente le invaden preguntas más complejas, dirigidas a cuestionar su identidad, como por ejemplo: “¿A quién me parezco?” “¿Quiénes eran mis padres biológicos?” “¿Qué les pasó?” “¿Donde están ahora?” “¿Piensan en mí alguna vez?” …Porque, en el fondo, lo que quiere saber es: “¿Qué tengo de ellos?” “¿qué he heredado?” “¿A donde pertenezco realmente?”.

Acompañar el adolescente en la elaboración de los orígenes y en la investigación de la identidad.

ü            Es una etapa que requiere consistencia de pareja y firmeza para aguantar los desafíos. Todo hijo necesita comprobar que, tenga el carácter que tenga, no pone en entredicho la filiación. Puede poner en entredicho valores, opciones de vida, gustos, pero no la condición de hijo y padres.

ü            El hijo necesita que los padres no queden decepcionados; no percibir que “puede con ellos”, puesto que si no, podría interiorizar una imagen de si mismo como de alguien destructivo, que les ha hecho infelices, que su problema no tiene solución. El hijo tiene que ver a unos padres flexibles y dialogantes pero a la vez, firmes, seguros y claros con lo fundamental. No tienen que hacerle dudar nunca de la filiación: “Eres nuestro hijo, te guste o no.” “Somos así, es lo que hay.” “Quizás lo habríamos podido hacer mejor, quizás sí, pero es lo que hay, hijo.”

ü            Reafirmar la pertenencia a la familia. Darle puntos de identificación interna argumentando, no negando, que es diferente externa y genéticamente, pero que esto no le hace ser menos hijo. Hablar de lo que tienen en común, para ayudarle a entender que esto es el que les hace ser padres e hijos. Si  en este aspecto hay solidez,  podrá buscar con más confianza y menos riesgo de confusión, de perderse en la identidad.

ü            Legitimar su historia. “Tú lo has tenido difícil, has tenido que vivir una realidad más compleja”. Expresar al adolescente,  sin victimizarle, que, ciertamente, él tiene más trabajo para buscar su identidad porque, como decía un psicólogo americano, “Es una identidad de queso suizo, está llena de agujeros”.

ü            No mentir nunca, pero sí filtrar algunas realidades que pueden ser demasiado complejas y destructivas en esta etapa de búsqueda de la identidad.

ü            Hablar del valor de la genética para ayudarle a diferenciar entre qué es lo que se hereda, lo qué le hace ser quién es y lo que le convierte en hijo.

ü            Cuando no se tiene suficiente información, los padres tienen que expresar que la buscarán con él. Es bueno hacer hipótesis con el adolescente en terapia y con los padres, redactar una carta a la madre biológica, planear un  futuro viaje al país de origen cuando los padres lo vean bastante estructurado internamente…

ü            Expresar y acompañar el dolor y la rabia que genera el vacío de no saber ciertas cosas. El niño adoptado necesita que los padres y los terapeutas le acompañen y comprendan su dolor sin quedarse enganchados. Frente a su dolor, es reparador acompañarle expresando que es comprensible y natural que sienta ese dolor. En bueno que los padres verbalicen al hijo que “También les habría gustado que no le hubiera pasado todo esto, pero ha sido así y esto no loe invalida para ser feliz y para encontrar su identidad”.

Bibliografía
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• GIMÉNEZ, J. A. Indómito y entrañable. Gedisa 2010.
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• NEWTON, Nancy. El niño adoptado: comprender la herida primaria. Albesa 2010
• RIUS, Beà. Adopción e identidades. Barcelona: Editorial Octaedro, 2011
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