miércoles, 10 de junio de 2009







PONENCIA

Perspectiva juvenil de la violencia y educación social

Fco. Javier Elzo Imaz
Catedrático Emérito de la Universidad de Deusto
Donostia San Sebastián, Abril de 2009


En mi ultimo libro de ámbito español publicado, “La voz de los adolescentes” [1], dedico un capítulo a la violencia de los escolares y al miedo que padecen algunos escolares. En ese capítulo más allá de los datos del bullying, abordo otras cuestiones que tratan de englobar el adolescente, dentro y fuera de la escuela. Reflexiono acerca del tratamiento informativo por los medios de comunicación de la violencia juvenil, la cuestión de si los emigrantes son mas o menos violentos y mas o menos violentados que los autóctonos; reflexiono, también, sobre la necesidades de ayuda de los escolares maltratados y, en particular sobre el fenómeno de la ocultación del maltrato por los propios escolares que lo padecen, las razones de la ocultación desde la perspectiva de los propios escolares así cómo los niveles de desconocimiento de padres y profesores de esta realidad.

Al final del capítulo, y siguiendo la estela de nuestra perspectiva de fondo de que hay que analizar la violencia de los adolescentes escolarizados, dentro y fuera de la escuela, como hemos mostrado en nuestros trabajos empíricos al respecto en Euskadi y en Catalunya[2], hemos avanzado unas explicaciones sociológicas a la violencia juvenil. Desde esas páginas, con complemento de otros trabajos nuestros y actualizados en reflexiones posteriores ofrezco para estas Jornadas mis consideraciones sobre esta temática al día de hoy

Hemos abordado esta cuestión en numerosos trabajos. Por ejemplo en nuestro libro sobre los jóvenes y la felicidad, hemos recogido nuestras reflexiones hasta el año 2006 y, solo tangencialmente, vamos a recoger aquí algunas reflexiones que allí vertimos[3]. Nos limitamos a resumir algunas que nos parecen particularmente pertinentes y añadir otras que hemos ido forjando, en lecturas e investigaciones realizadas, estos últimos años. Pero voy a comenzar con unas experiencias de mi infancia y primera adolescencia.

1 Cómo negociamos la violencia los adolescentes de nuestra generación

La veíamos como un juego. Los que hemos pasado, tiempo ha, de los sesenta años recordamos nuestros juegos infantiles. En las navidades de 2007 nos juntamos en un almuerzo 17 de los poco más de 20 amigos que conformábamos la cuadrilla en Beasain en la infancia y primera adolescencia. Saqué a colación en un corrillo nuestras peleas de críos. Tenía delante al jefe de nuestra pandilla a quien no le había visto desde hacía cuarenta y más años. Rememoramos donde teníamos la guarida escondida, donde robábamos maderas para hacer las espadas, de qué árboles cogíamos ramas para disimular la guarida y a qué casero le birlábamos utensilios (una azada recuerdo) para trabajar la tierra etc. Organizábamos guerras. Guardias contra ladrones, cuando estábamos solos nosotros, los de nuestra cuadrilla, aunque preferíamos pelearnos contra los de la plaza del pueblo (nosotros éramos los de la estación) o contra los del barrio de la Portería. El campo de batalla lo conformaba el pueblo entero aunque nos gustaba particularmente la zona de la Iglesia, ya entonces un tanto a las afueras del Beasain moderno. Además aprovechábamos para cogerle algunas manzanas al párroco como justa represalia por los bastonazos con los que nos obsequiaba cuando hablábamos más de la cuenta en la catequesis.

Un amigo, en la comida, contó un sucedido. Uno de la cuadrilla era más que renuente a participar en esas peleas y se quedaba solo cuando íbamos a nuestra “guerras” particulares. En cierta ocasión su padre (uno de los pocos con formación universitaria, entonces) le espetó con fuerza: ¡Haz el favor de ir a jugar con tus amigos y no te quedes en casa, en las faldas de tu madre!. A regañadientes vino con nosotros pero con tan mala fortuna que en las primeras escaramuzas una piedra, quizás algo mayor que las que usábamos habitualmente, le golpeo en la frente y salio un hilillo de sangre. Ahí se acabó la “guerra”. Inmediatamente nos dirigimos a casa del médico, que era el padre de otro pero de la cuadrilla “enemiga”, quien tras ponerle una especie de tirita nos dijo que podíamos continuar con la guerra…con cuidado.

En realidad la guerra se acababa cuando se terminada el tiempo de asueto o cuando se capturaba al jefe de la cuadrilla “enemiga”. Ese jefe, en alguna ocasión, era sometido a cierta forma de “tortura” dicho sea muy entre comillas. Sentado el jefe vencedor sobre la tripa del jefe vencido le conminada a librarnos algún secreto hasta que, sea lo librara, sea un rasponazo asomase en su cuerpo, aun sabiendo todos que mentía. A continuación, las dos cuadrillas nos dirigíamos conjuntamente al centro del pueblo en alegre camaradería comentando las incidencias de la pelea, los moratones de este, la carrera de aquel para librarse de ser apresado, la espantada del tercero, más bien miedoso…Todo terminaba, no pocas veces, en la tasca “El Riojano” donde bebíamos agua de seltz con vino, o gaseosa con cerveza.

Yo no creo que los adolescentes de hoy tengan más prácticas violentas que las de nuestra generación. La diferencia esta en otro sitio. La violencia estaba integrada en nuestra vida de adolescentes. Era normal que en la rivalidad entre Beasain y Villafranca de Oria (hoy Ordizia) cuando jugaban al fútbol nuestros equipos fuéramos al campo de fútbol con piedrecitas en los bolsillos para tirarlos a los jugadores, por ejemplo al echar un corner y, no digamos, al portero. Yo mismo portero en juveniles, recuerdo vivamente, las que tuve que soportar en el viejo campo de Ordizia y las mofas de las chavalas porque entonces era como la radiografía del silbido, de lo delgado que estaba. Sí, ya sabíamos que la violencia no era buena pero, la teníamos como domesticada. Nos dejaba explayarnos en nuestra agresividad de preadolescentes pero, y este punto es clave, sabíamos que todo era un juego y que ese juego tenía unas reglas, unos límites no escritos pero infranqueables. En el fondo teníamos unos referentes de los que no tengo duda alguna en señalar que la vieja acción católica de entones tenía mucho que ver, sin olvidar la autoridad, no solamente el poder, de nuestros padres en concreto y de la gente adulta en general. La tribu que educa, que suele evocar con tanta razón Marina, era realidad en Beasain. Beasain era el campo de batalla, y sus habitantes, todo el pueblo, nuestros guardianes de alguna forma. Los adultos sabían cómo jugábamos, que no lo hacíamos a hurtadillas y si alguno se sobrepasaba, por ejemplo en clase con un compañero, el maestro no se andaba en contemplaciones y lo paraba. Una sola vez recibí un sopapo de mi maestro y razón tuvo en dármelo. Ninguna secuela me ha quedado de ello. Hoy se le hubiera abierto expediente por ello.

2. Tres macro-teorías explicativas de la violencia juvenil.

Tres teorías generales se utilizan, desde la psicología social y la criminología, para explicar las “causas” de la delincuencia juvenil[4]: la teoría del control, la teoría del aprendizaje y la teoría de la tensión.

La teoría del control viene a decir que los individuos delincuentes escapan a las normas convencionales de la sociedad, tienen una integración social deficitaria que incluso puede ser un rechazo de integración social si se siguen los análisis de la criminología crítica tan en boga en España en los años 70 y comienzos de los 80[5] y hoy casi en olvido. Estos planteamientos del control e integración social han sido teorizados ya desde Durkheim y más recientemente, entre otros, por Hirchi. El control puede ser externo e interno. Por decirlo en dos palabras el externo se refiere por ejemplo a las leyes y su aplicación, o aplicabilidad añadiría yo, pues es bien sabido que hay leyes saludadas positivamente y que nunca se han aplicado por falta de recursos, por ejemplo la ley del menor en España del año 2000. Pero el control externo lo realizan también, lo digo en lenguaje sociológico, los agentes de socialización y en primer lugar, la familia y la escuela. Desde esta perspectiva es imposible pasar por alto, cuando se estudia la delincuencia juvenil, y más ampliamente la violencia juvenil, la situación de las familias y de la escuela en el momento en que se efectúa el análisis, como agentes de socialización[6].

Pero los teóricos del déficit del control social como causa (yo prefiero ser más modesto y hablar de concomitancia o de correlación estadística), señalan justamente, la importancia del control interno esto es, la justificación de los comportamientos delictivos o violentos por parte de los sujetos, los adolescentes en nuestro caso. Ciertamente es un tema clave y se podría empapelar más de una habitación con datos de nuestras propias Encuestas de Valores, aplicadas tanto a jóvenes como adultos, siguiendo un modelo ya avalado por centenares de estudios en el marco del European Values Study cuando estudiamos los “valores” como justificación de comportamientos, los “valores” como criterios de acción social. Hay más de mil evidencias empíricas, en trabajos de toda solvencia a través de toda Europa, que muestran la correlación entre la justificación de determinados comportamientos (suicidio, causar destrozos en la calle, pena de muerte, terrorismo, rechazo a la autoridad legítima etc.) y la práctica de la violencia en general y de los comportamientos delictivos, más en concreto. Así mismo la justificación del consumo abusivo de drogas va de par con la de su mayor consumo. Mas aún, la percepción del riesgo y el balance riesgos versus ventajas en el consumo de drogas es mas favorable hacia las ventajas entre los más consumidores o, si se prefiere, la percepción del riesgo es menor entre los que más consumen. Sabiendo la correlación estadísticamente positiva entre consumos y comportamientos violentos la conclusión es obvia.

A esta teoría de control se le ha venido a superponer, que no contraponer, le teoría del aprendizaje que casi con la misma terminología, si mis recuerdos de antiguo profesor de “conducta desviada” no me traicionan, ya denominaba en la década de los años 30 del siglo XX, Sutherland como la teoría del aprendizaje diferencial, últimamente desarrollada, entre otros por R.L. Akers. La idea central viene a decir que la conducta desviada o delincuencial no es tanto consecuencia de una ausencia de control social cuanto de procesos de imitación y reproducción adquiridos en ámbitos delincuenciales del orden que sean. Los que ha nacido en la cultura del robo, desde su infancia, robar les parecerá la cosa más natural del mundo. En el País Vasco, en otro orden de cosas, la teoría del aprendizaje diferencial es pertinente para explicar la Kale Borroka. Los jóvenes que la practicaban no lo hacían por ausencia de control social externo (aunque sí interno) sino básicamente por imitar modelos referenciales que justifican la práctica del terrorismo, básicamente en su familia o entre sus amigos cuando no en ambos a la vez. Un tercer ejemplo, también desgraciadamente próximo a nosotros, lo tenemos en el terrorismo islámico donde la teoría del aprendizaje tiene plena validez. Los tres casos que hemos dado como ejemplos del aprendizaje diferencial nos permiten, al mismo tiempo, mostrar la pertinencia de la teoría y su insuficiencia pues, a todas luces, no se puede meter en el mismo saco, las bandas de ladrones, las mafias, la kale borroka y el terrorismo islámico aunque se pueda explicar su paso al acto por la inmersión de sus componentes en una subcultura de la delincuencia o de la violencia. En este punto es imposible no tener en cuenta, como he indicado infinidad de veces, la influencia del grupo de amigos en el aprendizaje del consumo de drogas, especialmente cuando el consumo adquiere valores importantes.

La teoría de la tensión no es tampoco de ahora. Tiene sus orígenes en un famoso trabajo del sociólogo americano Robert. K. Merton escrito el año 1938[7]. La tesis central de Mertón viene a decir que la delincuencia es el fruto de la tensión que se produce cuando hay una “disociación entre las aspiraciones culturalmente prescritas (en una sociedad concreta) y las vías socialmente estructuradas para realizar esas aspiraciones”. Ciertamente hay que observar que Merton se refiere en sus análisis a la sociedad americana de su época pero, aun con infinitos debates posteriores, la línea central de su razonamiento, arriba expresada, sigue siendo válida, a condición de adecuarla a la realidad concreta de cada momento y sociedad concreta. La teoría de la tensión sostenida últimamente por Agnew [8]es un esfuerzo por esa actualización. Nosotros, modestamente, con la ayuda inestimable del maestro José Jiménez Blanco presentamos en nuestro trabajo sobre la juventud vasca del año 1986[9] otra actualización de la teoría mertoniana aplicada al contexto vasco de entonces.

Actualmente se pone el acento en otras fuentes de tensión distintas a las del éxito social que estaban en la base de la teoría mertoniana aplicada a la sociedad americana. No que esas circunstancia hayan desaparecido, pues hoy en día en la sociedad española, gran parte de los conflictos provienen, precisamente de la disociación entre los objetivos socialmente prescritos para ser feliz, para tener presencia socialmente valorada (tal marca, tal coche, tal viaje, etc.) y la dificultad para procurarse, por vías legales, los recursos para alcanzarlos y ello, en muchos casos, independientemente de la clase social de pertenencia. Pero además han surgido otras fuentes de tensiones que tienen mucho que ver, en última instancia, con los valores dominantes de nuestra sociedad. Así la tensión que se produce cuando el disfrute del gozo deseado es imposible de alcanzar o, simplemente, es diferido en el tiempo y, no digamos, si requiere un esfuerzo prolongado. Es exactamente lo que sucede en no pocos casos en la juventud actual. Cuando afirmamos que nuestros jóvenes, en una gran proporción, aunque obviamente con acentos distintos, son inmediatistas y presentistas es exactamente esto lo que queremos decir. Obviamente lo son con acentuaciones diversas y que parten de estructuras psicológicas, educativas y familiares propias a cada individuo, conformando personalidades diferentes. Aquí el sociólogo debe callar y estar atento a lo que diga el psicólogo o el psiquiatra según los casos.

Laurent Begue, cuyo hilo conductor, aún críticamente, estoy siguiendo en estas líneas acaba sosteniendo que esta teoría de la tensión sería la que mejor da cuenta de la situación actual de la delincuencia juvenil[10], a la que asocia lo esencial de las dos teorías anteriores. Añade siguiendo a Agnew que el riesgo de conductas delincuentes consecutivas a la tensión vivida está modulado por cuatro características asociadas a esa tensión de tal suerte que el riesgo de delinquir aumenta cuando la tensión es percibida como injusta (sentimiento de injusticia) es intensa (y continuada), se asocia con un débil control social (primera de las teorías arriba mostradas) y crea presiones o incitaciones a comprometerse hacia un final delincuencial en la tensión vivida (segunda de las teorías). Al final, es un compendio de todas las teorías mostradas pero privilegiando la tercera, la del tensionamiento vivido por el adolescente.

Estos planteamientos, bien conocidos en lo que antaño se llamaba la sociología de la conducta desviada, requieren, a nuestro juicio dos complementos. Uno en razón del propio actor social y de la lectura que él hace de su comportamiento violento. En efecto, no se puede obviar cual es la razón, motivación o legitimación que el propio escolar, agente activo de la violencia, se da a sí mismo y presenta ante los demás, de forma mas o menos tematizada (y aquí el papel del analista social es imprescindible, para desentrañarlo) sea para justificar, sea para explicar, su comportamiento violento. Desde este punto de vista llevamos años ofreciendo una tipología de modalidades de violencia que sería demasiado extenso reproducir aquí. Así mismo, que mi último libro lleve por título “La Voz de los adolescentes” no es fruto del azar sino del convencimiento de que tan importante como la realidad es la percepción que de esa realidad tienen los propios adolescentes.

Este punto es clave y es una de las consecuencias mayores de un trabajo de investigación, realizado por tres profesores de Deusto, bajo mi dirección, y que todavía no se ha publicado[11].

Pero así mismo es preciso analizar con cierto detalle cual es el contexto social en el que crece este escolar. A este segundo aspecto vamos dedicar algunas páginas a continuación.

3.¿Todos los valores se valen?. El imperio del “nahi dut”.

Se ha insistido, con razón, en la incapacidad para asumir el límite como consecuencia de una ideología dominante en España que ha privilegiado ciertos valores sobre otros. Quiero decir que se ha hecho hincapié, felizmente, en los valores inherentes a los derechos de la persona humana pero se ha olvidado, desgraciadamente, que esos valores no son traducibles en la práctica si no llevan el correlato de determinados deberes.

Así un rechazo a toda jerarquización de valores bajo el sacrosanto principio de que cada cual puede decir y pensar lo que quiera con tal de hacerlo sin violencia (y no siempre) y sin dar cuenta alguna del porqué de su razonamiento. Es lo que he denominado muchas veces con la expresión en euskera de la “lógica del nahi dut”, la lógica de hacer lo que apetece sin mas explicación arrinconando la “lógica del behar dut”, la lógica del deber hacer, la lógica de la solidaridad. Es el imperio del individuo, pretendidamente libre y autónomo frente al ciudadano, sumatorio de la persona libre en su individualidad al par que solidaria con el otro.

En España hemos pasado muy rápidamente de una moral religiosa que, en su peor vertiente, basaba la salvación en el sufrimiento (y aún quedan secuelas preocupantes), a una moral centrada en el bienestar, en el disfrute del momento presente a lo que Paul Valadier ha denominado, no recuerdo donde, la moral libertaria, con un corto periodo de tiempo, el del tardofranquismo y la primera década de la transición, en el que se apostó por una moral de la salvación a través del cambio político, el cambio de estructuras políticas, pensando ilusa y trágicamente que así se cambiada la sociedad. Basta recordar los 72 años de dictadura soviética y la bobaliconería de gran parte de la intelligentsia europea y los 12 del nacionalsocialismo alemán con apoyo en no pocos intelectuales de su país para recordar que no vale el cambio de estructuras socio políticas si no vienen acompañadas del cambio en las personas.

Un adolescente que hoy se abra al mundo se encontrará con una legitimación religiosa muy minoritaria, al par que fragmentada y ausente en la mayor parte de los medios de comunicación que a él le interesan. Verá que el referente político más noble, la preocupación por la cosa pública está escamoteada por la maquinaria de los partidos políticos y los medios de comunicación afines cuyo objetivo es ganar las próximas elecciones. Este adolescente verá, por el contrario una sociedad consumerista, en medio de una parafernalia de objetos cuya adquisición es objeto de incitación constante. Es sabido el poder de las marcas y su enorme atractivo entre los jóvenes. No se olvide que el dinero aparece como el icono que, según los propios jóvenes, mejor les representa como jóvenes que son.

Todo esto hace que los jóvenes españoles de hoy están centrados en lo próximo, en lo actual, en lo cercano, en lo cotidiano etc. Así frente al “gran discurso”, a la explicación global de las cosas (que apenas les llega) se quedan en el “pequeño relato”, la concreción del día a día, la respuesta a sus cuestiones habituales. Sin embargo, (insisto fuertemente en ello y lo repito hoy aquí), las grandes preguntas, aun no explicitadas, no formuladas temáticamente están ahí, en lo más profundo y en la periferia de ellos mismos: quien soy yo, de donde vengo, a donde voy, qué sentido tiene mi vida, porqué hacer el bien y no el mal, porqué he de ocuparme del otro y no centrarme en mi mismo, si el mundo se acaba aquí, si hay un más allá….Y no encuentran quien les dé, no diré respuestas sino, más básica y fundamentalmente, elementos para aproximarse a esas grandes cuestiones con la fuerza de la razón y la determinación de la voluntad. De ahí la fragilidad intelectual y emocional en no pocos jóvenes y el riesgo de que puedan ser presa de sus propios sentimientos, indecisiones y, de forma particular, sin capacidad de asumir sus propias frustraciones. En definitiva el vacío en el que se mueven hace difícil la gestión de la violencia, especialmente en aquellos adolescentes con menos recursos en la vida, sean estos recursos familiares, escolares y de habilidades personales para la convivencia etcétera.

4. El síndrome de Gary Cooper: en casa “solo ante el peligro”.

Un aspecto importante es, evidentemente, el de la evolución de la familia española y sus consecuencias en las relaciones de los escolares con sus padres. Muchas páginas he dedicado en mi libro “La Voz de los adolescentes” a esa cuestión. Es sabido que la familia en España vive un proceso de cambio vertiginoso, una de cuyas notas es que nos encontramos ante muchos hijos, hijos únicos, en el seno de un hogar en el que la madre ha salido de casa sin que el padre haya entrado. Al menos en la misma proporción en que ha salido la madre, con lo que “nido vacio” es una realidad suficientemente contrastada.

Ante nuestro ojos estamos viendo surgir nuevos modelos de núcleo familiar (matrimonio tradicional con o sin hijos, reconstituidas de varias experiencias anteriores de los progenitores, monoparentales que en realidad debieran denominarse monomarentales, polinucleares de convivencia de dos o mas núcleos familiares etc.) que sin embargo siguen manteniendo la estructura básica del modelo nuclear, padre madre e hijos, un solo hijo en la mayoría de los casos, lo repetimos. Personalmente vengo sosteniendo que lo esencial no está en el modelo formal de familia cuanto en la atención que se presta a la educación de los hijos. En la familia está, en buena parte, la clave explicativa de no pocos problemas de actualidad, aunque me temo que no la solución, al menos a corto plazo.

En el tema que aquí nos ocupa hay acuerdo entre los investigadores que sitúan en la crisis de la institución familiar, en las familias que se buscan, en la reordenación de los roles paterno y materno, uno de los factores centrales de algunas modalidades de violencia juvenil. Según un estudio del año 2002, en el que nosotros participamos y que nos parece extremadamente revelador, hay un 15% de familias en España con un clima de agresividad que puede llegar a derivar en violencia física. Y luego hay otro tipo de convivencia familiar que si bien no propicia la violencia, tampoco arma a los jóvenes contra la modalidad de violencia que hemos definido como “violencia gratuita”. Es la que puede surgir en el seno de lo que hemos denominado “familia nominal”: aquélla en la que los padres han dimitido de la tarea de educar. No es un fenómeno aislado: estamos hablando de más del 40 % de las familias españolas, en este supuesto[12]. En el estudio catalán arriba citado, terminado el año 2008 llegamos, aun con parámetros distintos a similares conclusiones

Pero, lo decimos inmediatamente, no todo es imputable a la familia, ni mucho menos. Necesitamos dar un paso más y adentrarnos, si no en el nudo gordiano del problema si en una de sus notas centrales: la propia lectura que la sociedad adulta hace de la violencia y por ende la que reciben los niños y los adolescentes. Dicho en una frase: socialmente hablando la violencia está mal vista, es condenada, rechazada, pero, al mismo tiempo, está omnipresente en la sociedad del espectáculo, particularmente en los medios de comunicación social. Este punto requiere reflexión.

5. La doble moral social ante la violencia

Todas las manifestaciones de violencia son claramente rechazadas en la opinión pública, quedando los que, aun sin justificarlas, no las condenan con contundencia verbal, marcados como débiles cuando no sospechosos de connivencia oculta. Ciertamente las modalidades de violencia que con mayor fuerza y presencia mediática son proscritas en nuestra sociedad son la violencia terrorista y la violencia de género…al menos en su dimensión verbalizada y publicada. Bien está evidentemente esta toma de conciencia pero habría que preguntarse cuando y en qué circunstancia el rechazo a estas modalidades de violencia han adquirido la fuerza que, afortunadamente, parece han adquirido estos últimos tiempos. No es este el lugar para ello pero si queremos dejar la cuestión formulada.

Otra modalidad de violencia ha ocupado también bastante espacio en los medios de comunicación. Precisamente la violencia transmitida en esos mismo medios y su incidencia en los comportamientos de los adolescentes. Como he escrito repetidas veces hay mucha investigación sobre las correlaciones entre violencia en los medios y violencia real, sin llegar a ninguna conclusión clara, a poco que se profundice en el tema. Ahora algunos estudiosos[13] empiezan a apuntar a que el catastrofismo de los 'telediarios', la repetición constante de los hechos más terribles y el paso inmediato de esas trágicas noticias a otras más ligeras es lo que ha dado lugar a lo que se denomina como la banalización de la violencia.

Hay otras manifestaciones de violencia que son también objeto de rechazo social pero no creo equivocarme si añado inmediatamente que lo son de forma menor, o al menos, no con la contundencia y persistencia de las dos anteriormente mentadas. Pienso en las violencias de carácter racista o xenófobo, sea contra emigrantes, sea contra personas de otra raza. Piensa en la violencia contra los detenidos, particularmente los de signo político, con tortura incluida, como denuncia incansablemente Amnistía Internacional entre el casi silencio total. Pienso en las violencias verbales de determinados medios de comunicación social. Pienso en las zonas ocultas de la violencia intrafamiliar, de padres a hijos y viceversa, sin olvidar la que padecen los abuelos. En este capítulo de las violencias de segundo nivel, las violencias que no han tenido mucha relevancia social, hay que situar la violencia escolar, prácticamente hasta el suicidio de Jokin en Hondarribia.

Conjuntamente con este hecho hay otro que debe ser tenido en cuenta y puesto en relación. Me refiero al espacio desmesurado que los hechos más dramáticos, máxime si son truculentos, han adquirido en los medios de comunicación. Me basta citar, como botón de muestra, el caso de Maddie la niña de la familia británica de los McCann que ha dado, literalmente hablando, la vuelta al mundo y seguía estando entre las primeras noticias casi un año después de su desaparición. Mas recientemente en España tenemos el caso, todavía abierto, de la chica, Marta del Castillo, asesinada por su novio que ha alcanzado grados de obscenidad morbosa en los medios de comunicación que los califican.

Aquí nos introducimos en la otra cara de la moneda que señalábamos mas arriba cuando afirmábamos que la violencia aun estando mal vista, condenada y rechazada es omnipresente en la sociedad del espectáculo en los medios de comunicación social. ¿No es acaso cierto que cada día estos sucesos ocupan mas y mas espacio en los medios de comunicación escritos, radiados y televisados así como en Internet?. Los noticieros de radio y televisión se centran cada vez más en irritantes disputas de los políticos (primero señalado por el locutor y, a continuación con los cortes de voz mas fuertes y llamativos) y en crónica de sucesos (especie de “El Caso” posmoderno) a cual más desgraciado con todo lujo de detalles posibles. Cada es mas frecuente encontrarnos los telediarios y los escasos programas que escapen al mundo del navajeo entre famosos, las crónicas rosas y los deportes con el fútbol a la cabeza, que parecen anecdotarios de hechos violentos o de catástrofes naturales. A esto se enfrenta un escolar si abre o escucha un noticiero. Es la presencia continuada de violencia banalizada con la moralina de su rechazo para darse buena conciencia. Lo que los adolescentes captan antes y mejor que los adultos.

7. La imposible tarea de los adolescentes

En este hipócrita ámbito de condena al par que banalización de la violencia crecen nuestros adolescentes. Los jóvenes, con la fuerza de la edad, se enfrentan a un discurso políticamente correcto de condena de la violencia y una practica de exhibición de toda suerte de violencia imaginable. Estos adolescentes se encuentran en un fuego cruzado donde los valores latentes se entrechocan frontalmente: no hay que ser violento pero esta violencia está omnipresente en la sociedad del espectáculo y puede, legítimamente, servir como “entretenimiento”. Yo puedo divertirme, visionar y estremecerme ante mil y una manifestaciones de violencia pero no debo, bajo ninguna de sus manifestaciones, dar libre curso a mi fogosidad, a mi agresión dirían los psicólogos que debo canalizar por otros derroteros, haciendo deporte por ejemplo.

Pero esto es pedir demasiado a ciertos adolescentes en los que concurran determinadas circunstancias. En algunos casos porque se sienten desplazados ya desde su familia, desplazamiento que puede continuar en su colegio o centro escolar por las razones que sean, y no digamos si, dándose en la misma persona las dos circunstancias, se alía con otros adolescentes que viven la misma historia vital. En otros escolares porque sencillamente han crecido solos o casi solos y, aunque una nota positiva de la generación emergente es su capacidad para desenvolverse en la vida, no todos tienen los arrestos suficientes para ello. Una mala experiencia en la escuela, un defecto físico, cierta irritabilidad (o hiperactividad no bien diagnostica, luego peor tratada) pueden originar desajustes comportamentales que les lleve, en este universo de violencias exhibidas como espectáculo al par que verbalmente condenadas, a la práctica del maltrato, eso sí, cada día de forma mas oculta, dentro de la escuela o a la violencia, incluso extrema, fuera de ella. Ya sabemos que han descendido los niveles de maltrato escolar y que las manifestaciones de violencia juvenil no son mas en número pero si en gravedad. Pero no es menos cierto que el ocultamiento de ciertas practicas (básicamente el menosprecio psicológico) siguen en proporciones excesivas, sin olvidar los hechos puntuales de particular saña y gravedad.

Un ejemplo de esto último lo tenemos en las acciones particularmente violentas como la agresión a profesores que además han sido grabadas en video, a veces para ser exhibidas entre compañeros cuando no en la red. Estos hechos extremos, ciertamente puntuales pero desgraciadamente más frecuentes de lo que quisiéramos, nos ilustran sobremanera acerca de la intencionalidad de esta forma de violencia. Es la búsqueda de notoriedad en la sociedad del espectáculo, del famoseo (“te ví en la tele”) el telón de fondo en el que hay que situar estos comportamientos. No hay vergüenza alguna por agredir a un profesor, a una chica indefensa, a un pordiosero que mal duerme en el atrio de una iglesia, en “calor” de un cajero automático…Bien al contrario maltratarlo forma parte de un juego (no hay que olvidar la dimensión lúdica de la violencia) y su grabación y difusión posterior un trofeo.

8. Cerrando estas páginas

Algunos sostienen que tenemos una educación que no educa y que se limita a instruir y, a lo que parece, tampoco demasiado bien. Necesitamos pasar de la mera transmisión de conocimientos, siempre necesarios, por supuesto, a la formación, a la educación de personas autónomas y responsables. Nunca la educación, el aprendizaje más precisamente, son tan importantes como en un momento en el que los grandes referentes habiendo perdido peso, la socialización del joven se hace cada vez más al modo individual y experiencial en el grupo, “solipsismo grupal e imitativo, pretendidamente autónomo” lo vengo definiendo, siendo el último referente de lo bueno y de lo malo, de lo correcto e incorrecto, de lo esencial y secundario, el propio joven. Misión imposible para muchos adolescentes y jóvenes. Nunca se dirá suficientemente que “todo pasa por la educación”.

Pensamos que hoy mas que nunca debemos poner el acento en dimensiones como el uso del tiempo libre, introduciendo también Internet y los chats en los análisis, la capacidad educadora de unos y otros modelos familiares, el mundo asociativo de unos y otros jóvenes, el peso de los diferentes agentes de socialización, el papel fundamental del grupo de pares y la relación del joven escolarizado con su centro docente y, por encima de todo, insisto fuertemente en ello, su proyecto vital, tematizado o no, latente o manifiesto, pero siempre presente. Así como no hay gente sin valores, tampoco hay nadie sin proyecto de vida. La cuestión de cuales sean los valores que priman en la sociedad es cuestión central y, a la postre, explicativa de no pocos de los comportamientos de nuestros adolescentes.

Centrándonos en nuestro tema no podemos no decir que a pesar de los esfuerzos de todos y la letra de las normas, subsisten todavía unos valores que hacen prevalecer la fuerza por encima de la justicia, el dominio por encima de la ética. Y el asunto no es nada trivial porque la pervivencia de estos valores constituye la base en que arraiga el matonismo con los iguales, pero también los comportamientos disruptivos o las provocaciones contra el profesorado y contra quien sea. Y asegurar el cumplimiento de los derechos y de los deberes entre iguales pone las bases para cumplirlo en todos los ámbitos de la convivencia escolar y extra-escolar. La actuación precoz contra todas las formas de violencia escolar empieza defendiendo los más débiles, es decir, las víctimas de maltratos, con la colaboración de sus padres y corregir el matonismo lo antes posible, es decir, desde la educación primaria. Recuérdese la vieja imagen de que es más fácil enderezar un arbolito naciente que un gran árbol, ya adulto.

Si nos centramos en la escuela esto requiere mejorar la comunicación con el alumnado, especialmente con los afectados por acciones negativas intencionadas, creando una atmósfera o unas condiciones donde puedan expresarse. Más aun estimulando la expresión de conflictos que demasiado a menudo se sufren en silencio. Escuchar con respeto, con paciencia y con modestia, aceptando que no lo sabemos todo y que nuestra propia valoración de los hechos, incluso cuando los hemos presenciado, puede ser errónea. Obviamente no insinuamos que el afectado siempre tenga razón, pero sí que destacamos que el profesorado y los padres pueden equivocarse, que unos hechos aparentemente conocidos pueden tener más importancia subjetiva de la que parecía a los adultos, que pueden formar parte de una serie oculta o tener connotaciones que no se perciben inmediatamente.

En este sentido tenemos que advertir explícitamente contra la creencia que los adultos quizás desconocen algún incidente banal, pero están al corriente de los hechos más importantes: de acuerdo con los afectados esta pretensión es excesiva. Los datos de nuestras encuestas establecen, ciertamente, que los hechos más importantes para las víctimas tienden a ser más conocidos por los adultos. Pero el porcentaje de casos de una importancia subjetiva elevada para el escolar y al mismo tiempo desconocidos o poco conocidos por los adultos es notable.

Vivimos en una cultura de la transgresión, de la banalización, donde se festeja lo hortera, lo cutre, la desvergüenza y se legitima cuando no alienta la liberalidad de decir lo que sea sin dar cuenta alguna de porque se dice lo que se dice. Demasiados programas de determinados medios de comunicación son triste testigo de lo que digo. Añádase a ello la vulgar erotización de la publicidad (donde el amor es substituido por el placer seguro que muchas veces no es seguro y, el colmo, tampoco placer) y de los contenidos de los revistas para jóvenes, especialmente las que van dirigidas a las chicas, sin olvidar, lo repito, en la lenta pero persistente deriva de los telediarios e informativos de la información política y social a la de los sucesos, cuanto mas truculentos mejor.

Como llevo diciendo hace tiempo, al final todo se conjuga. Es la conjunción de la banalización de la violencia con el hecho de que los jóvenes crecen solos, sin que nadie les proponga y, si fuera preciso, imponga, límites, balizas de comportamiento, en un clima festivo en el que el alcohol y las drogas, forman parte de un hábito para demasiados jóvenes, lo que conlleva a la presencia de la violencia, especialmente la que hemos denominado “violencia gratuita” pues no parece tener no diré justificación, sino explicación alguna.

No hay atajos. Solo vale la persistencia en la educación y la escucha, inteligente, atenta y cariñosa, de los adolescentes. Nunca han tenido más cosas y atenciones diversas y nunca han crecido tan solos.



[1] En. PPC-SM. Madrid 2008, 253 páginas.

[2] Ver para Euskadi, J. Elzo y Maria Teresa Laespada (co-directores), Arostegui E., Elzo J., García del Moral, N., González de Audikana M., Laespada M.T., Mugeta U., Sarabia I., Sanz M., Vega A., (redactores), “Drogas y Escuela VII. Las drogas en escolares de Euskadi veinticinco años después”. Edit. Universidad de Deusto. Bilbao 2008, 599 páginas; Para Catalunya “Enquesta de convivencia escolar i seguretat a Catalunya Curs 2005-2206”, Generalitat de Catalunya. www.gencat.net/interior/departament/publicacions/estudis/ecesc.htm Junio de 2007

[3] Javier Elzo. “Los jóvenes y la felicidad”. PPC, Madrid 2006, ver las paginas 73 -78.

[4] . Seguimos, en gran parte, la ponencia pronunciada por Laurent Begue, director del Departamento de Psicología en la Universidad Pierre Mendès-France- Grenoble 2, titulada “Les causes de la délinquance” en un Coloquio interdisciplinar en Octubre de 2002 y que conforma el capítulo 2º (páginas 85-106) del colectivo ”Jeunes-Ville-Violence”, a modo de Actas del citado Coloquio, editado bajo la dirección de Norbert Sillamy en L´Harmattan, Paris 2004, 268 páginas.

[5] .- Ver I. Taylor, P. Walton y J. Young: "Criminología crítica" Ed. Siglo XXI. México 1977

[6] . Los agentes socializadores de la juventud española los hemos analizado, por ejemplo, en Javier Elzo“El papel de la escuela como agente de socialización” (páginas 129-152) en “Contextos educativos y Acción Tutorial”. Actas del Curso de Verano de 2003 celebrado en Segovia en la Fundación Universidad de Verano Castilla y León. Edita Instituto Superior de Formación del Profesorado. Ministerio de Educación, Cultura y Deporte. Madrid 2004, 264 páginas. También en mi ultimo trabajo para la Generalitat de ctalunya de 2007, ya referenciado.

[7]. Robert K. Merton: "Estructura social y anomía" en "Teoría y estructuras sociales" F.C.E. México, 1987 (2ª reimpresión de la 3ª edición en inglés), págs. 209-274.

[8] R. Agnew. “Foundation for a general strain theory of crime and delinquency”. En Criminology, 30, 47-87, 1992

[9] Ver “Anomia y cambio social. Tipología”, páginas 511 a 514, en J. Elzo (director), Andrés Orizo F., Ayestarán S., Azurmendi M.J., González de Audícana M., González Blasco P., Jimenez Blanco J., Toharia Cortés J.J., “Juventud Vasca 1.986. Informe sociológico sobre comportamientos, actitudes y valores de la juventud vasca actual ”. Edt. Servicio Central de publicaciones del Gobierno Vasco. Vitoria-Gasteiz 1.986, 597 pp.

[10] . Desde su específica perspectiva suya, aunque no olvida, ni yo con él, obviamente la dimensión genética o biosocial lo que aprovecho para subrayar su importancia aunque no debo ni puedo entrar en ellas, por incompetencia manifiesta.

[11] J. Elzo, Mª Teresa Laespada, Ana Martínez Pampliega, “Funcionalidad, Conductas y Modelos Familiares en Catalunya “. Universidad de Deusto 2008. Para la Fundación Bofill. Aún no editado.

[12] . Ver el capítulo tipológico de “Hijos y Padres: comunicación y conflictos”. O. c. Más recientemente Javier Elzo en “Tipología y socialización de las familias españolas”. En Arbor , nº 702, Tomo CLXXVIII: “La Familia en el XXV Aniversario de la Constitución Española” Salustiano del Campo (editor), Junio de 2004. Madrid, páginas 205-229, donde concreto y avanzo algunas reflexiones más sobre el texto anterior. También mi texto “Padres e Hijos. Valores de ida y vuelta”. Conferencia de clausura en la Jornada “Los hijos raros” celebrada en Madrid el día 3 de Noviembre de 2004. Libro de Ponencias, paginas 117-142. Edita FAD, Madrid 2005. Más allá de estudios empíricos es de justicia reseñar el trabajo, profesional e investigador, de Javier Urra desde su vertiente de psicología clínica y su enorme conocimiento de la realidad de los menores. Su publicación “Escuela Práctica para Padres”, Edita “La esfera de los libros”, Madrid 1994, 958 páginas es un compendio de su saber. Nos decía cuando lo publicó “que se había vaciado” en ese libro. También “El pequeño dictador”, Ed. La Esfera de los Libros, Madrid 2006. Aunque aun no esté editado, recordemos aquí nuestro ultimo trabajo de 2008 sobre la familia en Catalunya, arriba referenciado.

[13] . Se leerá con sumo provecho el Dossier elaborado por Monique Dagneau “Médias et violence. L´etat du débat”, nº 886 de Marzo de 2003 de “La Documentacion Française”. Paris.

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