martes, 9 de enero de 2018

Relato:

 
Buzón                                                                                                                                   

Valentín Escudero Carranza

Literapeútica, enero 2018



Nunca sé cómo comenzar con ella. Siempre espera que yo diga algo y en cuanto comienzo pone esa cara.

–¿Qué? –suelo preguntarle.

– Ah, nada… que luego tengo que contarte algo, un sueño –me dice, con ese precioso acento que yo nunca hubiese sido capaz de identificar. "Soy Berebere", me dijo orgullosa en nuestra primera sesión cuando le pregunté por su acento.

Sueños. No puedo planificar otra cosa en las sesiones porque llevamos unas semanas con sus sueños. Los que le ocurren por la noche durmiendo y bloquean esos otros sueños de gloria adolescente que debería tener a sus 14 años. Me va a contar su sueño y yo debo hacer mi trabajo, pero me cuesta interpretar, me resulta difícil porque me duele. Esto demostraría que no soy un buen terapeuta. O que debería ponerlo en la puerta como esos terribles anuncios de las cajetillas de tabaco. "Tus sueños pueden doler, no garantizo que no me afecte". Así que suelo demorar un poco ese trabajo.

–¿Quieres que comentemos ahora tu sueño o comenzamos por hablar de cómo te ha ido la semana? – pregunto. Nunca contesta directamente a la pregunta, pero me cuenta en detalle cómo le ha ido la semana. Siempre hay avances; en el instituto, en su nueva familia, con su amiga. Pero nada cambia, ese dolor está ahí. No lo hacemos explícito, ella lo negaría y yo no sé cómo lo sé. Así que solemos perder un poco de tiempo y después vamos al sueño.

Hoy ha sido diferente. Hoy no estaba su madre en el sueño. Era un buzón.

– Mi sueño era sobre un buzón -me dice sonriendo, parece divertida; esto me hace temer lo peor y ya me empieza a doler.

– ¿Qué tipo de buzón? –le pregunto disimulando mi inquietud.

– Un buzón de esos amarillos de correos. O sea, un buzón. De echar las cartas!

– Vale, un buzón de esos de correos que están plantados en el suelo como una seta gigante y son de color amarillo.

– Una seta sin sombrero.

– Vale.

–…?

– ¿No me cuentas más? –le pregunto al ver que se ha quedado mirándome como si me fuera a hacer una foto.

– Claro… ¿estas listo? 

– Claro! – le contesto, exagerando un gesto de impaciencia; me encantan estos momentos en los que toma la iniciativa de forma tan resuelta.

– Perdona pero es que tienes una cara como de no imaginar el buzón

– Es que estoy pensando… que hace mucho que no veo un buzón.

– Vale, pues voy al sueño.

– Gracias.

El buzón estaba en un barrio muy alejado, solitario, aunque no me daba miedo caminar por allí, tenia algo familiar pero abandonado.

–¿Reconocías algo?… Era aquí en España o en tu tierra? –le pregunto dándome cuenta enseguida de que me he precipitado.

– No lo sé, pero no recuerdo nada conocido en el sueño, nada, ni una casa, ni una persona… pero era una sensación familiar ¿sabes?

– ¿Era agradable el lugar?

– No, no. Era de abandono, era triste, era sucio.

– ¿Y el buzón?

– Pues eso es lo importante. Veo el buzón y me siento genial porque llevo mucho tiempo esperando al buzón para echar la carta.

–¿Tienes una carta?

– Sí. En el sueño veo todo lo que pone en la carta pero no se cuándo ni cómo la he escrito.

– ¿Pero sabes que es tu carta, escrita por ti?

– Sí, sí, es mi letra, creo… el caso es que SÉ que es mi carta, seguro.

¿Qué dice la carta? –le pregunto con un tono liviano y noto inmediatamente que no le gusta.

– ¿Sería raro que viese una carta en un sueño? – efectivamente su cara indica que mi pregunta no tenía el envoltorio adecuado.

– No. Y si fuese raro sería todavía más valioso –afirmo, intentando reparar su confianza.

"He aceptado el dinero, aceptaré el bebé, tengo ya el billete para volver contigo, te quiero, te quiero, mil veces te quiero, sólo espero tu respuesta, respóndeme rápido". Eso decía la carta –y se queda mirándome con sus ojos negros en forma de dos grandes interrogantes que se acercan a mi como dos osos hambrientos.

¿A ti el contenido de la carta, esas palabras, te dicen algo? –le pregunto, calmando de momento esos dos osos.

– Nada.

– Perdona –me aventuro sin mucha convicción pero con gran curiosidad que te pregunte algo que ya me has dicho, pero… ¿era tu letra o la letra de tu madre?

– Mi madre nunca ha escrito en español, en realidad no creo que sepa escribir. 

– Los sueños a veces ponen nuestra letra en las palabras de otras personas, a veces ponen incluso una cara diferente a alguien que nos habla en el sueño…

– ¿Puedo ir a lo más importante del sueño?– me interrumpe sin acritud.

– Claro

El buzón estaba viejo, despintado, y atascado.

– ¿Atascado?

– Sí, estaba corrorrido y atascado en su boca, donde se meten las cartas.

Corroído –le corrijo

– Eso, correido…corre… ¿de reír? –me pregunta con una risa contenida en su boca.

– No no, corroído, de roer…creo –le contesto y ya la risa se expande entre nosotros y no se qué parte es suya y qué parte es mía.

Hay un momento en que estamos un poco perdidos y la risa nos rescata, suele ocurrir casi siempre en las sesiones con ella. La carta me parece una llamada, una oferta de amar y ser amada; hay un bebé en la carta y nunca hemos hablado de un bebé, excepto cuando me contó lo que le ocurrió a su madre cuando "ella" era un bebé. Pero no veo el momento de orientar la conversación del sueño hacia eso, no tengo una idea clara. Espero un poco a que ella de un paso más.

– El caso es que echo la carta en el buzón –me dice con tono trascendente y entiendo que aquí llega lo realmente importante.

– ¿Echas la carta en el buzón? –le pregunto, intentando (estúpidamente) mantener un tono neutro en mi pregunta.

– Sí, fíjate si soy gilipollas. Veo el buzón atascado y corro-rrido y meto como puedo la carta, y se ve que no cae dentro del buzón, que se queda atragantada en la garganta del buzón.

– ¿Y como te sentiste en el sueño?

– Pues horrible, porque era echar la carta para nada y había hecho un gran esfuerzo por encontrar el puto, perdón, el puñetero buzón. Y además era tan viejo y abandonado que seguro que nadie iba a recoger una maldita carta de esa mierda de buzón. Así que nadie iba a contestar.

El dolor, ya esta aquí, con un tono de rabia y decepción en sus ojos, en sus manos, en su respiración. Se frota los brazos, sabe que yo sé lo que esconden las mangas de su camisa. Sus ojos vuelven a interrogarme en silencio, a pedirme otra pregunta para tener alguna posibilidad de continuar sin que el dolor nos hiera.

¿Cómo te sientes ahora? Me refiero ahora mismo, ahora que me has contado el sueño –pregunto poniendo una dosis extra de esperanza en la palabra "ahora".

– Pues pienso en el buzón, como si lo viera aquí mismo ahora.

– Yo también, estoy viendo aquí mismo el puto buzón, aquí delante de nosotros.

– ¿Has dicho el "PUTO" buzón?!

– ¿Lo he dicho? no creo.

– Nooo! ¡Qué va!– exclama, y su risa vuelve a inundar toda la sala y vuelve a rescatarnos de ese (puto) dolor que todavía no sabemos cómo afrontar.





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