Buzón
Valentín
Escudero Carranza
Nunca sé cómo
comenzar con ella. Siempre espera que yo diga algo y en cuanto comienzo pone
esa cara.
–¿Qué? –suelo
preguntarle.
– Ah, nada… que
luego tengo que contarte algo, un sueño –me dice, con ese precioso acento que
yo nunca hubiese sido capaz de identificar. "Soy Berebere", me dijo
orgullosa en nuestra primera sesión cuando le pregunté por su acento.
Sueños. No puedo planificar otra cosa en las
sesiones porque llevamos unas semanas con sus sueños. Los que le ocurren por la
noche durmiendo y bloquean esos otros sueños de gloria adolescente que debería
tener a sus 14 años. Me va a contar su sueño y yo debo hacer mi trabajo, pero
me cuesta interpretar, me resulta difícil porque me duele. Esto demostraría que
no soy un buen terapeuta. O que debería ponerlo en la puerta como esos
terribles anuncios de las cajetillas de tabaco. "Tus sueños pueden doler,
no garantizo que no me afecte". Así que suelo demorar un poco ese trabajo.
–¿Quieres que comentemos ahora tu sueño o comenzamos
por hablar de cómo te ha ido la semana? – pregunto. Nunca contesta directamente
a la pregunta, pero me cuenta en detalle cómo le ha ido la semana. Siempre hay
avances; en el instituto, en su nueva familia, con su amiga. Pero nada cambia,
ese dolor está ahí. No lo hacemos explícito, ella lo negaría y yo no sé cómo lo
sé. Así que solemos perder un poco de tiempo y después vamos al sueño.
Hoy ha sido diferente. Hoy no estaba su madre en el
sueño. Era un buzón.
– Mi sueño era sobre un buzón -me dice sonriendo,
parece divertida; esto me hace temer lo peor y ya me empieza a doler.
– ¿Qué tipo de
buzón? –le pregunto disimulando mi inquietud.
– Un buzón de esos
amarillos de correos. O sea, un buzón. De echar las cartas!
– Vale, un buzón de
esos de correos que están plantados en el suelo como una seta gigante y son de
color amarillo.
– Una seta sin
sombrero.
– Vale.
–…?
– ¿No me cuentas
más? –le pregunto al ver que se ha quedado mirándome como si me fuera a hacer
una foto.
– Claro… ¿estas
listo?
– Claro! – le
contesto, exagerando un gesto de impaciencia; me encantan estos momentos en los
que toma la iniciativa de forma tan resuelta.
– Perdona pero es
que tienes una cara como de no imaginar el buzón
– Es que estoy
pensando… que hace mucho que no veo un buzón.
– Vale, pues voy al
sueño.
– Gracias.
– El buzón estaba
en un barrio muy alejado, solitario, aunque no me daba miedo caminar por allí,
tenia algo familiar pero abandonado.
–¿Reconocías algo?…
Era aquí en España o en tu tierra? –le pregunto dándome cuenta enseguida de que
me he precipitado.
– No lo sé, pero no
recuerdo nada conocido en el sueño, nada, ni una casa, ni una persona… pero era
una sensación familiar ¿sabes?
– ¿Era agradable el
lugar?
– No, no. Era de
abandono, era triste, era sucio.
– ¿Y el buzón?
– Pues eso es lo
importante. Veo el buzón y me siento genial porque llevo mucho tiempo esperando
al buzón para echar la carta.
–¿Tienes una carta?
– Sí. En el sueño
veo todo lo que pone en la carta pero no se cuándo ni cómo la he escrito.
– ¿Pero sabes que
es tu carta, escrita por ti?
– Sí, sí, es mi
letra, creo… el caso es que SÉ que es mi carta, seguro.
–¿Qué dice la
carta? –le pregunto con un tono liviano y noto inmediatamente que no le gusta.
– ¿Sería raro que
viese una carta en un sueño? – efectivamente su cara indica que mi pregunta no
tenía el envoltorio adecuado.
– No. Y si fuese
raro sería todavía más valioso –afirmo, intentando reparar su confianza.
– "He aceptado
el dinero, aceptaré el bebé, tengo ya el billete para volver contigo, te
quiero, te quiero, mil veces te quiero, sólo espero tu respuesta, respóndeme
rápido". Eso decía la carta –y se queda mirándome con sus ojos negros en
forma de dos grandes interrogantes que se acercan a mi como dos osos
hambrientos.
– ¿A ti el
contenido de la carta, esas palabras, te dicen algo? –le pregunto, calmando de
momento esos dos osos.
– Nada.
– Perdona –me
aventuro sin mucha convicción pero con gran curiosidad que te pregunte algo que
ya me has dicho, pero… ¿era tu letra o la letra de tu madre?
– Mi madre nunca ha
escrito en español, en realidad no creo que sepa escribir.
– Los sueños a
veces ponen nuestra letra en las palabras de otras personas, a veces ponen
incluso una cara diferente a alguien que nos habla en el sueño…
– ¿Puedo ir a lo
más importante del sueño?– me interrumpe sin acritud.
– Claro
– El buzón estaba
viejo, despintado, y atascado.
– ¿Atascado?
– Sí, estaba
corrorrido y atascado en su boca, donde se meten las cartas.
– Corroído –le
corrijo
– Eso,
correido…corre… ¿de reír? –me pregunta con una risa contenida en su boca.
– No no, corroído,
de roer…creo –le contesto y ya la risa se expande entre nosotros y no se qué
parte es suya y qué parte es mía.
Hay un momento en que estamos un poco perdidos y la
risa nos rescata, suele ocurrir casi siempre en las sesiones con ella. La carta
me parece una llamada, una oferta de amar y ser amada; hay un bebé en la carta
y nunca hemos hablado de un bebé, excepto cuando me contó lo que le ocurrió a
su madre cuando "ella" era un bebé. Pero no veo el momento de
orientar la conversación del sueño hacia eso, no tengo una idea clara. Espero
un poco a que ella de un paso más.
– El caso es que echo la carta en el buzón –me dice
con tono trascendente y entiendo que aquí llega lo realmente importante.
– ¿Echas la carta
en el buzón? –le pregunto, intentando (estúpidamente) mantener un tono neutro
en mi pregunta.
– Sí, fíjate si soy
gilipollas. Veo el buzón atascado y corro-rrido y meto como puedo la carta, y
se ve que no cae dentro del buzón, que se queda atragantada en la garganta del
buzón.
– ¿Y como te
sentiste en el sueño?
– Pues horrible,
porque era echar la carta para nada y había hecho un gran esfuerzo por
encontrar el puto, perdón, el puñetero buzón. Y además era tan viejo y
abandonado que seguro que nadie iba a recoger una maldita carta de esa mierda
de buzón. Así que nadie iba a contestar.
El dolor, ya esta aquí, con un tono de rabia y
decepción en sus ojos, en sus manos, en su respiración. Se frota los brazos,
sabe que yo sé lo que esconden las mangas de su camisa. Sus ojos vuelven a
interrogarme en silencio, a pedirme otra pregunta para tener alguna posibilidad
de continuar sin que el dolor nos hiera.
– ¿Cómo te sientes
ahora? Me refiero ahora mismo, ahora que me has contado el sueño –pregunto
poniendo una dosis extra de esperanza en la palabra "ahora".
– Pues pienso en el
buzón, como si lo viera aquí mismo ahora.
– Yo también, estoy
viendo aquí mismo el puto buzón, aquí delante de nosotros.
– ¿Has dicho el
"PUTO" buzón?!
– ¿Lo he dicho? no
creo.
– Nooo! ¡Qué va!–
exclama, y su risa vuelve a inundar toda la sala y vuelve a rescatarnos de ese
(puto) dolor que todavía no sabemos cómo afrontar.