Los hermanos del adoptivo.
Publicado en
Página/12, 5 marzo 2016
Los
hijos adoptivos suelen fantasear que tienen hermanos que existirían en alguna
parte, es decir, imaginan a otras criaturas que ellos denominan hermanos y
piensan que tal vez-esos otros- desearían comunicarse con ellos. Como si esos
hipotéticos hermanos tuviesen conocimiento de la existencia del adoptivo al que
querrían conectar.
No
es difícil suponer que el proceso es el opuesto: hijos adoptivos imaginando que
tienen “hermanos” a los que desearían conocer. Fantasía que se incrementa
durante la adolescencia cuando por ejemplo una adolescente en consulta me
preguntó, afirmando:”Vos conoces mejor que yo la historia de mi adopción. Vos
sabes si yo tengo hermanos, a mi no me lo quieren decir… “
¿Podríamos
hablar de “hermanos” cuando el niño adoptivo fue cedido por su madre de origen
poco tiempo después de nacer y, adopción plena mediante, no mantuvo ningún
contacto con la familia adoptante?
¿Alcanzaría
con la filiación consanguínea para decretar la fraternidad entre los hijos
habidos anteriormente al nacimiento de la criatura que fue cedida en adopción?
¿Es suficiente la consanguinidad para hablar de “hermanos”? Para la fantasía y
los deseos de los adoptivos parece ser suficiente porque se refieren a esas
inexistentes personas-para ellos- como si realmente fuesen hermanos.
Los que estuvieron antes…
Comencemos
entonces por algunas experiencias: ese otro niño, nacido de la misma madre,
años antes de aquel que fuera cedido en adopción, quizás presenció el embarazo
de esa mujer y se enteró que le había nacido un hermano. Quizás también
acompañó a su madre al hospital.
Pero
poco tiempo después, ese bebe de pocos días o con seis o siete mese de edad
dejó de formar parte de su cotidianidad: había sido cedido en adopción. No
obstante él sabe que tuvo un hermano. Poco y nada se ha ocupado la Psicología de estos
primeros niños que advienen a la categoría de desaparecidos para el hermano
mayor quien un día cualquiera dejó de tener contacto con ese bebe. Para esos
hermanos mayores existió un hermano que se perdió. Y así lo cuentan :”Un día mi
mamá nos dijo que el más chiquito no volvería a vernos porque estaba con una
familia que lo iba a criar…” Parecerla que allí finalizasen estas historia. Dudo
que así sea para esos hermanos mayores que ,ellos si, tuvieron contacto con ese
niño que fue su semejante y su prójimo.
El
semejante (simile) remite a quien se nos parece en tanto persona física inserta
en lo social. Prójimo, cuya etimología se asocia con vecindad, cercanía, se
asienta en una concepción topográfica: aquel que se encuentra cercano. Más
tarde adquirió una significación relativa a la solidaridad que le debemos a ese
prójimo. Si bien no están cercanos, es probable que exista semejanza física
entre aquellos que existieron antes que el adoptivo que hoy los reclama o
requiere, aunque provengan de padres diferentes: el sello de la madre de origen
persiste en ambos. Además se trata de la semejanza entre seres humanos.
De
pronto, ese otro hijo de aquella mujer adviene a la categoría de “hermano” que
le otorga el hijo del que ella se desprendió.
¿Se
podrá nominar como “hermanos” a aquellos que no se sabe si existen? Así lo
nombra el adoptivo pensando que comparten consanguinidad (en realidad dice que
“tuvieron la misma mamá”) Para el hijo adoptivo cuenta el deseo, el apetito y
la necesidad de conocer aquel capitulo que está escondido en la maraña del
origen. Entonces nomina como “hermano” al soporte humano de un misterio con
quien quizá compartió cercanía, y aún contacto pero sin saber que estaba
enlazándose con un hermano, porque en ese entonces su estatuto era el de un
bebe que no sabía de filiaciones. En algún momento la fratría inicial pudo
haber compartido la consanguinidad y algún contacto corporal.
Extraña
coyuntura que adquiere realce en su calidad de enigma doblemente apuntalado por
la curiosidad actualizada del adoptivo y resignada ausencia por parte de los
mayores que solo recuerdan, algnos de ellos. ”Tuve un hermanito pero nunca supe
de él…”
La pulsión de saber y el otro
El
hijo adoptivo no sólo fantasea con hipotéticos hermanos, suele mencionarlo y su
saber depende de lo que sus padres hayan obtenido como datos ciertos, y de su
voluntad de informar. Lo verbalice o no, la pulsión de saber, de investigar y
descubrir persiste latente,a veces de manera muy inquietante para la familia
adoptiva. Cuando conocen la historia dudan si contarlo o no, y si no han sido
informados-lo cual seria grave- la pulsión del hijo se torna reclamo doméstico
en su afán de saber. Lo cual aparece de una manera desordenante en una familia
que adoptó a una criatura sin hermanos, por lo menos en lo que al adoptar se
refiere. No imaginan que ese misterio que el hijo incorpora puede significar un
traumatismo para él. No necesariamente
pero si el adoptivo lo convierte en enigma- algo que no se puede comprender- la
imaginada fratría se atraganta porque se instala como lo pendiente que genera
una resignación hostil.”Nunca podré saber si por el mundo anda caminando
alguien que se me parece…” me decía una adoptiva adulta, más allá de las
embestidas verbales de los adolescentes que en consulta imaginan a la terapeuta
como aliada del secreto parental guardado. A veces disponemos de información
pero son los padres quienes deben hacerse cargo de aquello que conocen.
Porque
el hijo precisa corroborar la existencia de ese otro para que por fin sea otro.
Sin que interese conocerlo personalmente. No es preciso que se emprenda ese
viaje en busca del desconocido, alcanza, casi siempre, con saber que más allá
de lo consanguíneo hay otro. Un otro diferente que transforma en alguien
“distinto” al adoptivo, porque aceptar la existencia de ese otro si bien no
genera una fratría, una hermandad, podría hacerlo si se realizara un encuentro.
Es decir, ese otro hijo de la misma madre de origen se convertiría en otro
trascendente para el hijo adoptivo . De allí que la fantasía de: ”Yo quiero
saber si tengo hermanos…” abre un sendero que transforma a ese sujeto
misterioso, que no existe en la cotidianidad familiar, en otra persona que
incluye una rudimentaria forma de trascendencia en los monólogos del adoptivo
cuando se cuenta a sí mismo las historias que habrían vivido-o podrían vivir-
él o ella y sus hermanos. Que siempre se imaginan idealizados como simpáticos y
fuertes, ya sean varones o mujeres. Fuertes en el sentido de “haber vivido
experiencias distintas de las que pudo transitar el adoptivo”. Asi describen a
esos hipotéticos “hermanos” a los que suponen con historias de vida
“interesantes”. No obstante, en algunas oportunidades, los adoptivos
adolescentes fantasean con hermanos que podrían padecer necesidades y pobrezas.
Asi me lo comentaba un adolescente al referirse a la provincia donde había
nacido, inundada en grandes zonas: ”Si tengo hermanos seguramente estarán
evacuados, deben precisar ayuda porque son pobres …” ya que la información
acerca de su adopción se atribuyó a la pobreza de su madre de origen .
O
sea, el caudal imaginativo que se acumula alrededor de estos hermanos –que
suelen existir- configura una significativa riqueza en la construcción de la
subjetividad de los adoptivos, varones y mujeres. Transcurrir cada día
fantaseando, imaginando que en alguna parte existe otro que podría abrazarse
fraternalmente, con el soporte que la genética autorizaría, no es una dimensión
menor en la subjetividad de los adoptivos. Merece la atención de quien convive
con ellos, por lo menos para suponer que ése podría ser uno de los secretos que
los adoptivos transportan sin necesidad de conversarlo diariamente. O
presionando fuertemente en busca de una información concreta. Que abre otro
capítulo.