martes, 20 de septiembre de 2016

Opinión profesional:

Lo que te capacita (e incapacita) para ser madre o padre.
 
Félix Loizaga Latorre. Blog
Facultad de Psicología y Educación, Universidad de Deusto, Bilbao

Publicado en ABC, el 19 /09/16


Un padre y una madre (y cualquier persona que ejerce tareas de paternidad / maternidad o simplemente educación) debe emplear como método educativo el buen trato. Se trata de un estilo positivo de acercarse a los otros basado en el respeto y el cuidado afectivo/emocional. Es como una suave y continúa lluvia (en el País Vasco lo llaman xirimiri) que ayuda a crecer, a desarrollarse y finalmente florecer, producir buenos frutos... Cada adulto tiene un modelo de referencia que ha sido con el que le han educado. Ese modelo empleado por sus familias no tiene por qué ser el definitivo, pero no cabe la menor duda que aquello que hicieron con nosotros es un referente (para bien o para mal) en la educación de nuestros hijos.

Los estilos de educar para ser positivos y adecuados (que es lo esperado por cualquier menor a lo largo de su infancia) deben cumplir una serie de requisitos. Entre ellos está la permanencia en el tiempo de la figura que educa (un padre o madre debe ser lo más permanente en la vida de un menor). Además los comportamientos de quienes educan deben ser predecibles (es decir, el niño intuye precisamente por la permanencia a lo largo de años de sus cuidadores, cómo se comportará su mamá si por ejemplo no quiere comer, si le pide a su papá que le lleve a dormir o si solicita jugar un rato con ambos). Educar es por tanto una tarea compleja, que requiere madurez de quién lo hace y que durará muchos años. No vale hoy sí y mañana no. Los cambios bruscos de familias no ayudan a comprenderse a uno mismo. Los mamíferos sociales y por supuesto los humanos -en todas las culturas– reciben de sus familias fuertes dosis de tiempo donde se producen cuidados y buenos tratos (en algunos casos desgraciadamente malos). El objetivo final es favorecer la sensación de bienestar y ayudar a encontrar la felicidad a ese hijo, a esa persona. Objetivos a los que todos tenemos derecho, incluidos los niños.

El buen trato no es nada más y nada menos que cuidar adecuadamente a otra persona para que desarrolle plenamente su salud. En este caso se trataría de cuidar a una persona menor (indefensa, inmadura, sin posibilidades de cuidarse a sí misma y necesitada al menos de cuidados básicos físicos y emocionales). El desarrollo debe tener como meta que ese niño, niña o adolescente pueda vivir de manera autónoma y tenga una buena salud (la Organización Mundial de la Salud OMS la define como el bienestar físico, psicológico y social). Por eso toda persona que ejerce parentalidad debe garantizar la salud de quienes trae a este mundo (me refiero ahora a su madre y padre biológico). Pero también tienen obligaciones con esa salud sus respectivas familias extensas (abuelos, tíos…) que deben integrar a los menores nacidos en sus familias como parte de su clan, de sus vidas y de sus actividades…

Para que puedan llegar a desarrollarse emocionalmente los niños necesitan sentirse integrados dentro de sus clanes extensos familiares. El buen trato debería ejercerse en la práctica con cuidados básicos, con cuidados emocionales y con límites. El buen trato tiene por tanto un nivel básico que todo adulto que ejerce paternidad (o maternidad) tiene que desarrollar. Es obligatorio que lo ejerza para evitar la negligencia. Entre las cuestiones más básicas que las familias deben hacer con los hijos estarían: a) preparar una alimentación adecuada que permita un crecimiento físico saludable en la infancia y adolescencia b) marcar las pautas – tiempos del sueño que aseguran un descanso profundo c) guiar el aprendizaje del control de esfínteres hacia los dos o tres años d) cuidar ante la enfermedad y/o accidentes que en ocasiones llegan a ser hasta imprevistos e)tener presencia en la vida cotidiana acompañando un buen número de horas a sus hijos, especialmente cuando los niños son aún pequeños f) favorecer una ética que potencie el bien hacia los demás y hacia uno mismo.

¿Qué ocurre? Que algunas personas que se llaman madres o padres no pueden ejercer estos cuidados básicos. En ocasiones tampoco sus familias extensas. Estas familias deberían entender que cuando no pueden desarrollar estos cuidados básicos por su propia situación personal (por ejemplo la enfermedad, la propia inmadurez emocional, su incapacidad para educar o sencillamente su rechazo hacia ese menor nacido), deberían delegar o ceder a sus menores en primer lugar a sus propias familias extensas (que pueden aceptar o rechazar el cuidado) o bien y en segundo lugar a otras personas que verdaderamente pueden ocuparse adecuadamente de ese menor.

En un Estado de Derecho, como no puede ser de otra manera, las leyes regulan el movimiento de niños (por ejemplo los acogimientos, la pre-adopción o la adopción) con la búsqueda de personas que puedan responsabilizarse de la manera más permanente posible y que puedan ofrecer una parentalidad positiva, con la mayores garantías.

Obsérvese que en el nivel anterior no se habla de cuidados emocionales. Pero quien está leyendo este artículo debe saber que las investigaciones actuales en neuropsicología ya han demostrado que los buenos cuidados emocionales en la infancia y adolescencia (hablar, acompañar, calmar, jugar, pensar, querer, acariciar o abrazar) son las acciones que favorecen el desarrollo adecuado de estructuras físicas importantes como por ejemplo el cerebro del niño (es decir los cuidados emocionales afectan al menos a la biología cerebral, especialmente durante el embarazo y los primeros años de vida). Muchas personas creen que el desarrollo de los hijos e hijas comienza cuando ven la luz en este mundo (cuando se da a luz una criatura). Esto es erróneo.

La capacidad de un adulto para limitar es indispensable para el buen desarrollo de un menor. Limitarse a uno mismo/a es parte del aprendizaje humano. Puesto que todos los mamíferos, incluidas las personas, tienden a actuar-conseguir-vivir aquello que les apetece, desean o gustan, un padre y una madre (y cualquier educador o educadora) deben desarrollar buenas prácticas para limitar, acotar, contener (reprimir) y organizar la conducta (o la mente) de sus menores sin dejar de potenciar su personalidad, sus valores y su creatividad.

Vivimos en una cultura donde las familias son muy diversas. Actualmente muchas personas transitan de unas familias a otras. Cambian de hogar, de cama, de mesa para comer o cenar… o de personas de referencia. Por ejemplo los hijos de personas separadas y/o divorciadas suelen vivir todo esto. También las personas que han sido adoptadas (muchas de estas personas han transitado entre las familias biológicas, educadoras de centros de menores y familias acogedoras o preadoptivas, para ser finalmente adoptados). Pero todas estas familias que se han ido nombrando - biológicas, separadas, divorciadas, reconstituídas, preadoptivas, acogedoras, de urgencia, educadoras en centros de acogida y prácticamente todas sus respectivas familias extensas – tienen la obligación de proporcionar buen trato a los niños y niñas que pertenecen a su grupo, a su clan. Todos estos menores son parte de sus vidas y merecen ser bien tratados para conseguir un buen desarrollo físico y psicoafectivo.

Buen modelo de familia
Una familia formada por un padre o una madre (biológicos) puede ser cuando hay buen trato un buen modelo de familia. Pero no tiene necesariamente que ser el mejor estilo de familia, ni mucho menos. Un buen modelo de familia es aquél que ofrece buen trato global: a) buenos cuidados básicos b) buenos cuidados emocionales – psicoafectivos y c) saben situar los límites en las acciones de los menores. Podemos imaginar que no toda la población de nuestros países (los de marca occidental) llegaría a estar aprobada (es decir llegar al menos a un cinco en cada uno de los tres apartados que hemos nombrado). Sería mejor incluso un notable, que será aún más difícil de conseguir... El sobresaliente quedaría para muy pocos padres que, además de cumplir los buenos tratos, deberían conseguir no hacer depender emocionalmente a sus hijos (algo nada fácil) ayudándoles a desarrollar su libertad.

Como ya dijeron muchos de los expertos en educación o psicología, ser padre o madre es prácticamente lo más difícil que existe en el mundo. Y nadie lo sabe de verdad hasta que se convierte de repente en ello. El lector, a esta alturas del texto, ya se habrá dado cuenta que quién no puede ejercer el buen trato (al menos con un aprobado global) no debería haber ejercido la paternidad o la maternidad. Desde luego, aún menos, cuando el buen trato es prácticamente inexistente, los cuidados básicos no se ejercen y la madurez de quién es padre – madre suele estar netamente deteriorada. Es el Estado - la sociedad (las Comunidades Autónomas y sus departamentos de Familia e Infancia con sus técnicos) quien debe ordenar - organizar en esta falta de madurez familiar, con la intención de asegurar el buen trato a quién de verdad se lo merece (el niño que ha venido al mundo se lo merece).

Pero lo cierto es que cuando alguien tiene un hijo biológico y no se encuentra con la madurez para ofrecer buen trato en los diferentes niveles, raramente reconoce su debilidad o discapacidad para ceder - delegar a otras personas adecuadas el cuidado principal (es decir para que otros proporcionen por ellos buenos tratos) de ese hijo. Sin embargo esto es lo que debería ocurrir. Todo niño (en realidad toda persona) está necesitada de cuidados básicos de calidad, de cuidados emocionales y de límites. Si realmente quisiéramos de verdad a nuestros hijos y nos sintiéramos sin capacidad para dar buen trato (o las personas técnicas por consenso lo verían de esta manera) deberíamos ceder a esos menores a personas que puedan ejercer esa paternidad (o maternidad) de manera adecuada. Y además si decidimos volver a acercarnos a ellos (a las familias que han cuidado de esos menores) deberíamos sentir un profundo respeto por haber desarrollado estas (las familias que ha proporcionado buen trato) un cuidado a ese menor durante años.

El padre o la madre número 1, es quién de verdad ha desarrollado la paternidad o la maternidad ejerciendo sobre nosotros el buen trato con permanencia en el tiempo: durante años y con calidad. El resto de padres o madres que hemos tenido deben ser tenidos en cuenta (aportaron la vida, la existencia) al menos en nuestra mente. Estas personas (las que dieron la biología al menor pero no los cuidados) serían en el mejor de los casos las familias secundarias.

Quién no ofrece apoyo emocional y cuidados básicos quizá no merecería ser llamado padre o madre número 1. Este planteamiento supera por tanto los lazos de consanguinidad. En realidad la pareja de una persona divorciada que se ocupa con afecto y cariño de quién no es su hijo biológico; la familia acogedora o adoptante que apuesta de por vida por sus hijos adoptados; o incluso quienes educan desde pisos, colegios o residencias para menores pueden ser el mejor ejemplo de parentalidad, si lo ejercen valorando y diferenciando a cada niño, con la atención suficiente y con buen trato. Esto es además lo que casi siempre suele ocurrir en los casos nombrados.

Voy finalizando queriendo recordar al lector que vienen tiempos donde las familias no serán lo que siempre han sido. Y no tienen que ser peores. Todos hemos querido tener familias de cine con celebraciones de Navidad de cuento. Pero tener varias familias, si de verdad son positivas, es en el fondo un enriquecimiento. Los poderes del Estado deben tomar conciencia de ello. Y quienes legislan y quienes gobiernan deben incluir en sus programas y en sus acciones una Educación Básica sobre la Parentalidad Positiva. Y quienes juzgan deberían entender el Interés Superior del Niño por encima de las biologías. Precisamente debido a que la paternidad y la maternidad superan lo biológico.

Todos debemos asumir que las personas menores que transitan por nuestras vidas son parte de nuestras responsabilidades. Tenemos la obligación ética de ejercer cuidados positivos sobre ellos. Sobre todo porque se merecen ese buen trato, para llegar a ser personas en plenitud. Mis hijos serán siempre mis hijos (si realmente lo he merecido por ofrecerles buenos cuidados). Los hijos de mi pareja serán parte de mi vida mientras estén junto a mí, pues también necesitan de esa nueva paternidad y maternidad en la que pasan tanto tiempo. Y la adopción sigue siendo la mejor manera de desarrollar a un menor cuando las familias biológicas no pueden ejercerla.

Debemos también estar contentos por contar entre nosotros con profesionales, técnicos y profesorado que se encuentran cada vez más concienciados con la Infancia y Adolescencia; que se convierten en ocasiones en casi verdaderos padres y madres. Trabajemos para que solo ejerzan la paternidad y la maternidad responsable quienes de verdad alcancen al menos el aprobado global y quienes sean capaces de dar un buen trato de manera permanente a lo largo del tiempo.




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