Lo que te capacita (e incapacita) para ser madre o padre.
Félix Loizaga Latorre. Blog
Facultad
de Psicología y Educación, Universidad de Deusto, Bilbao
Publicado en ABC, el 19 /09/16
Un padre y una madre (y cualquier persona que ejerce tareas
de paternidad / maternidad o simplemente educación) debe emplear como método
educativo el buen trato. Se trata de un estilo positivo de acercarse a los
otros basado en el respeto y el cuidado afectivo/emocional. Es como una suave y
continúa lluvia (en el País Vasco lo llaman xirimiri) que ayuda a crecer, a
desarrollarse y finalmente florecer, producir buenos frutos... Cada adulto tiene un modelo de referencia
que ha sido con el que le han educado. Ese modelo empleado por sus familias
no tiene por qué ser el definitivo, pero no cabe la menor duda que aquello que
hicieron con nosotros es un referente (para bien o para mal) en la educación de
nuestros hijos.
Los estilos de educar para ser positivos y adecuados (que es
lo esperado por cualquier menor a lo largo de su infancia) deben cumplir una
serie de requisitos. Entre ellos
está la permanencia en el tiempo de la figura que educa (un padre o madre debe
ser lo más permanente en la vida de un menor). Además los comportamientos
de quienes educan deben ser predecibles (es decir, el niño intuye precisamente
por la permanencia a lo largo de años de sus cuidadores, cómo se comportará su
mamá si por ejemplo no quiere comer, si le pide a su papá que le lleve a dormir
o si solicita jugar un rato con ambos). Educar es por tanto una tarea compleja,
que requiere madurez de quién lo hace y que durará muchos años. No vale hoy sí
y mañana no. Los cambios bruscos de
familias no ayudan a comprenderse a uno mismo. Los mamíferos sociales y por
supuesto los humanos -en todas las culturas– reciben de sus familias fuertes
dosis de tiempo donde se producen cuidados y buenos tratos (en algunos casos
desgraciadamente malos). El objetivo final es favorecer la sensación de
bienestar y ayudar a encontrar la felicidad a ese hijo, a esa persona.
Objetivos a los que todos tenemos derecho, incluidos los niños.
El buen trato no es nada más y nada menos que cuidar
adecuadamente a otra persona para que desarrolle plenamente su salud. En este
caso se trataría de cuidar a una persona menor (indefensa, inmadura, sin posibilidades de cuidarse a sí misma y
necesitada al menos de cuidados básicos físicos y emocionales). El desarrollo debe tener como meta que ese
niño, niña o adolescente pueda vivir de manera autónoma y tenga una buena salud
(la Organización Mundial de la Salud OMS la define como el bienestar
físico, psicológico y social). Por eso toda persona que ejerce parentalidad
debe garantizar la salud de quienes trae a este mundo (me refiero ahora a su
madre y padre biológico). Pero también tienen obligaciones con esa salud sus respectivas
familias extensas (abuelos, tíos…) que deben integrar a los menores nacidos en
sus familias como parte de su clan, de sus vidas y de sus actividades…
Para que puedan llegar a desarrollarse emocionalmente los
niños necesitan sentirse integrados dentro de sus clanes extensos familiares.
El buen trato debería ejercerse en la práctica con cuidados básicos, con
cuidados emocionales y con límites. El buen trato tiene por tanto un nivel
básico que todo adulto que ejerce paternidad (o maternidad) tiene que
desarrollar. Es obligatorio que lo ejerza para evitar la negligencia. Entre las
cuestiones más básicas que las familias deben hacer con los hijos estarían: a) preparar
una alimentación adecuada que permita un crecimiento físico saludable en la
infancia y adolescencia b) marcar las pautas – tiempos del sueño que
aseguran un descanso profundo c) guiar el aprendizaje del control de
esfínteres hacia los dos o tres años d) cuidar ante la enfermedad y/o
accidentes que en ocasiones llegan a ser hasta imprevistos e)tener
presencia en la vida cotidiana acompañando un buen número de horas a sus hijos,
especialmente cuando los niños son aún pequeños f) favorecer una
ética que potencie el bien hacia los demás y hacia uno mismo.
¿Qué ocurre? Que algunas
personas que se llaman madres o padres no pueden ejercer estos cuidados básicos. En
ocasiones tampoco sus familias extensas. Estas familias deberían entender que
cuando no pueden desarrollar estos cuidados básicos por su propia situación
personal (por ejemplo la enfermedad, la propia inmadurez emocional, su
incapacidad para educar o sencillamente su rechazo hacia ese menor nacido),
deberían delegar o ceder a sus menores en primer lugar a sus propias familias
extensas (que pueden aceptar o rechazar el cuidado) o bien y en segundo lugar a
otras personas que verdaderamente pueden ocuparse adecuadamente de ese menor.
En un Estado de Derecho, como no puede ser de otra manera,
las leyes regulan el movimiento de niños (por ejemplo los acogimientos, la
pre-adopción o la adopción) con la búsqueda de personas que puedan
responsabilizarse de la manera más permanente posible y que puedan ofrecer una
parentalidad positiva, con la mayores garantías.
Obsérvese que en el nivel anterior no se habla de cuidados
emocionales. Pero quien está leyendo este artículo debe saber que las
investigaciones actuales en neuropsicología ya han demostrado que los buenos
cuidados emocionales en la infancia y adolescencia (hablar, acompañar,
calmar, jugar, pensar, querer, acariciar o abrazar) son las acciones que
favorecen el desarrollo adecuado de estructuras físicas importantes como por
ejemplo el cerebro del niño (es decir los cuidados emocionales afectan al menos
a la biología cerebral, especialmente durante el embarazo y los primeros años
de vida). Muchas personas creen que el desarrollo de los hijos e hijas comienza
cuando ven la luz en este mundo (cuando se da a luz una criatura). Esto es
erróneo.
La capacidad de un adulto para limitar es indispensable para
el buen desarrollo de un menor. Limitarse a uno mismo/a es parte del
aprendizaje humano. Puesto que todos los mamíferos, incluidas las personas,
tienden a actuar-conseguir-vivir aquello que les apetece, desean o gustan, un
padre y una madre (y cualquier educador o educadora) deben desarrollar buenas
prácticas para limitar, acotar, contener (reprimir) y organizar la conducta (o
la mente) de sus menores sin dejar de potenciar su personalidad, sus valores y
su creatividad.
Vivimos en una cultura donde las familias son muy diversas.
Actualmente muchas personas transitan de unas familias a otras. Cambian de
hogar, de cama, de mesa para comer o cenar… o de personas de referencia. Por
ejemplo los hijos de personas separadas y/o divorciadas suelen vivir todo esto.
También las personas que han sido adoptadas (muchas de estas personas han
transitado entre las familias biológicas, educadoras de centros de menores y familias
acogedoras o preadoptivas, para ser finalmente adoptados). Pero todas estas familias que se han ido
nombrando - biológicas, separadas,
divorciadas, reconstituídas, preadoptivas, acogedoras, de urgencia, educadoras
en centros de acogida y prácticamente todas sus respectivas familias extensas –
tienen la obligación de proporcionar buen trato a los niños y niñas que
pertenecen a su grupo, a su clan. Todos estos menores son parte de sus
vidas y merecen ser bien tratados para conseguir un buen desarrollo físico y
psicoafectivo.
Buen
modelo de familia
Una familia formada por un padre o una madre (biológicos)
puede ser cuando hay buen trato un buen modelo de familia. Pero no tiene
necesariamente que ser el mejor estilo de familia, ni mucho menos. Un buen modelo
de familia es aquél que ofrece buen trato global: a) buenos cuidados
básicos b) buenos cuidados emocionales – psicoafectivos y c) saben
situar los límites en las acciones de los menores. Podemos imaginar que no toda
la población de nuestros países (los de marca occidental) llegaría a estar
aprobada (es decir llegar al menos a un cinco en cada uno de los tres apartados
que hemos nombrado). Sería mejor incluso un notable, que será aún más difícil
de conseguir... El sobresaliente
quedaría para muy pocos padres que, además de cumplir los buenos tratos,
deberían conseguir no hacer depender emocionalmente a sus hijos (algo nada
fácil) ayudándoles a desarrollar su libertad.
Como ya dijeron muchos de los expertos en educación o
psicología, ser padre o madre es
prácticamente lo más difícil que existe en el mundo. Y nadie lo sabe de
verdad hasta que se convierte de repente en ello. El lector, a esta alturas del
texto, ya se habrá dado cuenta que quién no puede ejercer el buen trato (al
menos con un aprobado global) no debería haber ejercido la paternidad o la
maternidad. Desde luego, aún menos, cuando el buen trato es prácticamente
inexistente, los cuidados básicos no se ejercen y la madurez de quién es padre
– madre suele estar netamente deteriorada. Es
el Estado - la sociedad (las Comunidades
Autónomas y sus departamentos de Familia e Infancia con sus técnicos) quien
debe ordenar - organizar en esta falta de madurez familiar, con la intención de
asegurar el buen trato a quién de verdad se lo merece (el niño
que ha venido al mundo se lo merece).
Pero lo cierto es que cuando alguien tiene un hijo biológico
y no se encuentra con la madurez para ofrecer buen trato en los diferentes
niveles, raramente reconoce su debilidad o discapacidad para ceder - delegar a
otras personas adecuadas el cuidado principal (es decir para que otros
proporcionen por ellos buenos tratos) de ese hijo. Sin embargo esto es lo que
debería ocurrir. Todo niño (en
realidad toda persona) está necesitada de cuidados básicos de calidad, de
cuidados emocionales y de límites. Si realmente quisiéramos de verdad a
nuestros hijos y nos sintiéramos sin capacidad para dar buen trato (o las
personas técnicas por consenso lo verían de esta manera) deberíamos ceder
a esos menores a personas que puedan ejercer esa paternidad (o maternidad)
de manera adecuada. Y además si decidimos volver a acercarnos a ellos (a las
familias que han cuidado de esos menores) deberíamos sentir un profundo respeto
por haber desarrollado estas (las familias que ha proporcionado buen trato) un
cuidado a ese menor durante años.
El padre o
la madre número 1, es quién de verdad ha desarrollado la paternidad o la
maternidad ejerciendo sobre nosotros el buen trato con permanencia en el tiempo: durante
años y con calidad. El resto de padres o madres que hemos tenido
deben ser tenidos en cuenta (aportaron la vida, la existencia) al menos en
nuestra mente. Estas personas (las que dieron la biología al menor pero no los
cuidados) serían en el mejor de los casos las familias secundarias.
Quién no ofrece apoyo emocional y cuidados básicos quizá no
merecería ser llamado padre o madre número 1. Este planteamiento supera por tanto los lazos de consanguinidad. En
realidad la pareja de una persona divorciada que se ocupa con afecto y cariño
de quién no es su hijo biológico; la familia acogedora o adoptante
que apuesta de por vida por sus hijos adoptados; o incluso quienes educan desde
pisos, colegios o residencias para menores pueden ser el mejor ejemplo de
parentalidad, si lo ejercen valorando y diferenciando a cada niño, con la
atención suficiente y con buen trato. Esto es además lo que casi siempre suele
ocurrir en los casos nombrados.
Voy finalizando queriendo recordar al lector que vienen tiempos donde las familias no
serán lo que siempre han sido. Y no tienen que ser peores. Todos hemos
querido tener familias de cine con celebraciones de Navidad de cuento. Pero
tener varias familias, si de verdad son positivas, es en el fondo un
enriquecimiento. Los poderes del Estado deben tomar conciencia de ello. Y
quienes legislan y quienes gobiernan deben incluir en sus programas y en sus
acciones una Educación Básica sobre la Parentalidad Positiva.
Y quienes juzgan deberían entender el Interés
Superior del Niño por encima de las biologías. Precisamente debido a que la paternidad y la maternidad superan lo
biológico.
Todos debemos asumir que las personas menores que transitan
por nuestras vidas son parte de nuestras responsabilidades. Tenemos la
obligación ética de ejercer cuidados positivos sobre ellos. Sobre todo porque
se merecen ese buen trato, para llegar a ser personas en plenitud. Mis hijos
serán siempre mis hijos (si realmente lo he merecido por ofrecerles buenos
cuidados). Los hijos de mi pareja serán parte de mi vida mientras estén junto a
mí, pues también necesitan de esa nueva paternidad y maternidad en la que pasan
tanto tiempo. Y la adopción sigue
siendo la mejor manera de desarrollar a un menor cuando las familias biológicas
no pueden ejercerla.
Debemos también estar contentos por contar entre nosotros
con profesionales, técnicos y profesorado que se encuentran cada vez más
concienciados con la Infancia
y Adolescencia; que se convierten en ocasiones en casi verdaderos padres y
madres. Trabajemos para que solo ejerzan la paternidad y la maternidad
responsable quienes de verdad alcancen al menos el aprobado global y quienes
sean capaces de dar un buen trato de manera permanente a lo largo del tiempo.