miércoles, 30 de marzo de 2016

RELATO:

Lo dejo

Valentín Escudero Carranza

Literapeútica, marzo 2016


Es increíble y no lo sabe. Fue una de mis mejores alumnas, fui su supervisor en los tres primeros casos que atendió una vez terminada su formación. Le dije que tenía un gran talento. "Talento... ¿para qué?", me respondió con sorna; con esa cara de amorosa desconfianza que por alguna extraña e inexplicable razón resultaba tan acogedora y creíble para los clientes, especialmente para los niños y adolescentes. "Talento terapéutico" le respondí.

Acabo de leer su mail y no me lo puedo creer. Me dice que "lo deja". Lleva sólo un año y lo quiere dejar! Y no tiene otro trabajo, simplemente lo deja.

Consiguió un trabajo hace un año en un equipo especializado en los servicios sociales. Es un equipo multi-disciplinar de atención familiar, un magnífico comienzo para ella. Me escribió varias veces durante los primeros seis meses contándome entusiasmada acerca de su trabajo, de las familias que atendía, de las cosas increíbles que había visto en las visitas domiciliarias; también de sus dudas, haciéndome algunas preguntas para las que ella en realidad ya tenía buenas respuestas. Y ahora me escribe desanimada, enfadada, decidida a dejarlo. En su mensaje me adjunta un fragmento de un diario que escribe desde hace casi dos meses. En realidad me adjunta lo que ha escrito en los dos días previos a enviarme el mail.

El caso es que no se qué hacer. Estoy sorprendido y preocupado. Y fascinado. Me apena su desánimo y no lo entiendo; y me fascina lo que escribe en su diario, porque representa muy bien la experiencia subjetiva de una persona capaz, motivada, inteligente, que ha nacido para hacer ese tipo de trabajo social. La ayuda terapéutica es lo suyo, sabe conectar, sabe crear seguridad, sabe navegar en el conflicto y el sufrimiento. Pero dice que no soporta el sistema, las carencias, y la hipocresía de los que dirigen los servicios sociales desde arriba.

No se qué contestarle, su mensaje es de hace ya un par de días. Tengo que pensar qué hacer. ¿Animarla? ¿Apoyarla? Estoy pensando en echarle un bronca y llamarla cobarde y desertora. Más que nada porque ese es 'su estilo' y quizás le haga reaccionar.

En una ocasión, cuando ella estaba finalizando su formación, tuvimos una discusión en "ese tono". Yo estaba supervisando una sesión que ella hacía con una adolescente que estaba viviendo en un centro de menores después de haber sobrevivido a una familia más hundida que el Titanic y a dos intentos desastrosos de acogimiento familiar. Era una adolescente con una reputación de chica agresiva, impulsiva, y poco afectiva. Sin embargo allí estaba esta joven terapeuta haciendo su magia: la adolescente comenzó a contarle cosas de su vida que nunca había contado y, lo más sorprendente, estaba mostrándole sin ninguna barrera su sufrimiento. A pesar de que ambas sabían que yo estaba siguiendo la entrevista desde la sala contigua mediante un circuito cerrado de imagen y sonido –procedimiento habitual de supervisión en mi centro– su comunicación era intensa, genuina, curativa. En un momento determinado la adolescente rompió a llorar y mi admirada alumna le dijo:

– Me emociona verte llorar.

– ¿Por qué? –contestó la adolescente sin contener el brote de lágrimas que mostraban una mirada vulnerable que nunca habíamos visto antes.

– Porque desde el primer momento en que te conocí sentí que eras una persona sensible.

– ¿Sensible?!

– Muy sensible, adorable.

– Ya. Es increíble –protestó la adolescente, limpiándose la cara con el fular que llevaba puesto.

– ¿Qué es increíble? 

– Lo que dices, que soy sensible. Mira, si lloro delante de mis educadores del centro me dicen que soy insegura y caprichosa; y si lloro delante de los de Menores me dicen que soy una manipuladora. 

– ¿Por qué dices eso?

– Porque me pasó hace un par de años, yo era una cría y una estúpida, ahora no lloro –contestó mirando al suelo pero sin ningún atisbo de rabia. 

– Pues a mí me pareces muy sensible; sientes, lloras, tienes futuro.

– Ya, futuro! ¿Y qué me dices de lo que puedan pensar mi educadora, y el psicólogo de menores, y demás personal?

¡Qué se jodan!, eso es lo que te digo.

En ese momento ambas rompieron a reír y la mezcla de risa y llanto en la adolescente fue una de esas cosas hermosas y especiales que de vez en cuando se ven en psicoterapia y que nos reconcilian con la especie humana.

Pero la verdad es que yo me cogí un cabreo fenomenal, me da casi vergüenza recordarlo. Así que, una vez terminada su sesión, cuando pude hablar a solas con mi joven discípula le dije que eso había estado fatal, que había traspasado la línea roja de lo que un terapeuta puede hacer en su alianza con un cliente, que seguramente acababa de descalificar un gran trabajo hecho por otros profesionales como el educador y el psicólogo de Menores, etc.

Todavía sigo pensando que mi corrección era justa y necesaria. Pero ella no contestaba nada, estaba compungida y pensé que quizás se sentía humillada por mi reprimenda. Hubo un momento en el que incluso yo me sentí mal por ver en ella esa tensión, que interpreté como vergüenza y arrepentimiento. Así que después de un largo y tenso silencio, le dije en tono amable:

¿No vas a decirme nada? Dime qué piensas de lo que te estoy diciendo.

– ¿Quieres saber lo que pienso?

– Por supuesto, la supervisión es para eso.

Pues que te jodas tu también – me contestó al tiempo que salía de la sala enfadada y dejando la puerta abierta.

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