viernes, 26 de junio de 2015

Bases::


Incondicionalidad y pertenencia en las familias adoptivas.

R. Mora

Butlletí d’Inf@ncia nº. 87, 2015

Direcció General d'Atenció a la Infància i l'Adolescència. G. de C

Incondicionalitat i pertinença en les famílies adoptives, original en catalán

Traducción: SSB


Adoptar es criar un niño que dará continuidad a la familia y que a través de la crianza y la Incondicionalidad adquirirá el sentido de pertenencia a esta.” Levy Soussan.

En toda maternidad/paternidad, biológica o adoptiva, a lo largo de la crianza pueden producirse fisuras en los vínculos paternofiliaels que interfieran, más gravemente o menos, en la dinámica de las relaciones familiares. En el caso de la filiación adoptiva, estas fisuras tienen varias peculiaridades que la diferencian de la biológica y que tienen el origen en determinadas circunstancias de los adultos y determinadas características y necesidades de los niños. Es en estos momentos de fragilidad o dificultades cuando toma especial relevancia la incondicionalidad de los progenitores, entente como un factor indispensable para poder sostener las diferentes problemáticas con que se pueden encontrar los padres y madres adoptivos en diferentes momentos.

Cómo se crea el sentimiento de incondicionalidad.
En realidad, tendría que ser un posicionamiento emocional y una disponibilidad, la incondicionalidad que fuera el punto de partida de cualquier proyecto de maternidad/paternidad. El sentimiento de incondicionalidad, cuando se dan las circunstancias adecuadas, se transmite a los hijos al inicio del proceso de vinculación del neonato con las figuras de referencia y se va consolidando y modificando a lo largo de la vida. Los pares/madres se hacen cargo del niño tenga este las características que tenga. Este vínculo tan intenso se irá formando en el niño precisamente en los momentos en que el adulto se hace cargo de él en todas sus necesidades, en los momentos que el niño no puede autoregularse ni gestionar las sensaciones y emociones primarias. En los inicios de la vida, atendida la fragilidad con que nacemos los seres humanos, es cuando más necesitamos esta presencia incondicional.

El resultado de esta incondicionalidad de los padres es la base de la seguridad emocional y de una autoestima fuerte: el niño aprende que está protegido, que es digne de amor, que es estimado. Es la sensación de ser único, insustituible y especial. Permite la construcción de la certeza creciente que puede contar totalmente con el otro disponible y de la progresiva seguridad que el vínculo no se pierde a pesar de que el adulto esté distante o incluso cuando no está. La incondicionalidad se forma internamente en padres e hijos y se va reforzando.

El niño, despacio, va dejando de requerir la presencia física constante, puesto que esta experiencia crea una impronta en el interior, introyectada simbólicamente, y que predispone a tolerar las posibles distancias o cambios que  puede haber en la relación.

Cuando en la relación pares/madres-hijos hay una vinculación de base fuerte y segura, cuando se ha podido formar esta incondicionalidad, en los momentos de conflictos más o menos graves, de dificultad o distanciamiento emocional, el vínculo no peligrará. Podrá haber malestar, sufrimiento, distancia, etc., pero el vínculo perdurará y no será cuestionado ni por los padres ni por los hijos. Una prueba de fuego para esta incondicionalidad y fortaleza del vínculo es durante la adolescencia de los hijos.

Cómo se forma el sentimiento de pertenencia.
La relación de incondicionalidad permite, a la vez, hacer germinar el sentido de pertenencia entre padres e hijos, y los dos elementos, incondicionalidad y pertenencia, tendrán un gran peso en la construcción de la identidad. El sentido de pertenencia es sentirse un miembro importante de un grupo, con el cual se identifican y comprometen totalmente, a la vez que es parte activa y es valorado y respetado por el grupo. Tiene que ver con la satisfacción de sentirse aceptado por el resto no solamente por los parecidos e identificaciones, sino a pesar de las particularidades, especificidades y diferencias.

La familia es el primer grupo de pertenencia y es el que nos da las herramientas básicas (estimación, seguridad, confianza…) para posicionarnos, posteriormente, en la vida social.

Podríamos decir que el sentimiento de pertenencia a la familia crece a partir de la incondicionalidad, la aceptación y la valoración de los padres. Surge al sentirnos aceptados por el resto de miembros de la familia, y esto facilita que podamos asumir las normas de funcionamiento y las responsabilidades siguiendo unas reglas que se determinarán para el bien del grupo en general. A través del sentimiento de incondicionalidad y de pertenencia, sentimos que somos parte de la familia y que a la vez nos sentimos únicos y especiales y aceptados con todas nuestras particularidades.
En toda maternidad/paternidad, biológica o adoptiva, a lo largo de la crianza pueden producirse fisuras en los vínculos entre padres e hijos que pueden interferir, más o menos gravemente, en la dinámica de las relaciones. Tal vez, estas fisuras pueden ser originadas por conflictos, a menudo latentes y no resueltos, en los adultos, que pueden estar potenciados por factores diversos.

En los padres el sentimiento de incondicionalidad  hacia el hijo puede debilitarse, o no crearse, cuando se suman una serie de factores: 
ü   cuando el proyecto de maternidad/paternidad no era firme para uno o los dos miembros de la pareja;
ü      cuando las motivaciones eran poco adecuadas y las expectativas poco realistas;
ü      cuando hay graves dificultades en la crianza que comportan desgaste a lo largo del tiempo y los sentimientos de impotencia y desesperanza van ganando terreno. Entonces, hay la posibilidad que se viva el hijo como causante del sufrimiento y el malestar;
ü      cuando a alguna o algunas de estas circunstancias se añaden importantes fuentes de estrés (separación matrimonial, deceso de alguno de los padres...).

Particularidades en el caso de la adopción.
El proceso de vinculación inicial se produce cuando el niño tiene una cierta edad y una historia previa.

Cuando un niño es adoptado, tenga la edad que tenga, llega a la familia habiendo incorporado un modelo de relación según el cual habrá podido adquirir más o menos confianza hacia el mundo y los otros. Su desarrollo emocional y neuropsicològico estará determinado por la incidencia en mayor o menor grado de una serie de factores de riesgo que pueden haber tenido lugar durante el embarazo y los primeros tiempos o años de vida. Conocemos bien las consecuencias de la malnutrición, del consumo de alcohol durante el embarazo, de la institucionalización, del maltrato en todas sus vertientes. Cuando en el desarrollo del niño inciden este factores de riesgo, a veces todos juntos, se instala una base de la personalidad, unos fundamentos, muy frágiles e inestables, que pueden revertir en dificultades a muchos niveles: cognitivo, neuromadurativo, emocional, etc., que se expresan a menudo a través de la inquietud y de conductos muy poco organizados y disruptivos que pueden teñir toda la vida emocional del niño y sus relaciones. La carencia de vínculos de exclusividad, habrá forjado en él desconfianza y una baja autoestima en que predomina el sentimiento de no ser importante ni exclusivo para nadie.

Habitualmente, es más natural hacerse cargo de las necesidades más primarias de un nuevo nato o de un bebé, puesto que los adultos generalmente toleramos sus fragilidades porque sabemos su indefensión ante el mundo. Aceptamos su dependencia atendiendo sus demandas continuas con una disposición incondicional, aunque esto sea cansado y, a veces, inquietante. Pero esta disponibilidad y incondicionalidad que tenemos cuando los niños son muy pequeños pierde espontaneidad cuando nos encontramos ante un niño que ya no es bebé e implícitamente consideramos que tiene que tener recursos personales que le permitan autogestionarse.

El niño adoptado propone un modelo de relación aprendido a través de sus experiencias previas, pero el que en el fondo necesitará para reconstruir su seguridad interna es esta experiencia de sentirse exclusivo para los padres y aceptado.

Sin embargo, es importante contar con el hecho que, fruto de su inseguridad y del propio cambio de modelo relacional, el niño puede reaccionar cuestionando, o incluso atacando las muestras de incondicionalidad de los padres, lo cual puede resultar frustrante y tal vez poco gratificante.

Esto nos trae a otra particularidad de la maternidad/paternidad adoptiva: las familias adoptivas se tienen que hacer cargo de las consecuencias de las experiencias previas a la adopción y repararlas.

Una necesidad específica de esta forma de maternidad/paternidad es reparar las experiencias vividas. Siempre es complicado asumir las dificultades de los hijos. En el caso de la adopción puede ser más difícil y requiere un proceso emocional específico por parte de los padres. El hijo o hija ha sufrido la negligencia de otros, pero las consecuencias las expresa aquí y ahora, y se hacen presentes en la dinámica familiar. Esto puede no ser nada fácil cuando, muchas veces, no se sabe qué es el que ha vivido el hijo o hija ni tampoco la dimensión que han tenido las experiencias.

Asumir esta responsabilidad requiere poder aceptar y entender que tampoco el hijo o hija es responsable, al contrario, es la víctima de su propia historia. Historia que los padres tendrán que adoptar también, responsabilizarse y hacerse cargo. De hecho, los padres tienen que adoptar toda la historia (incluso en los aspectos ajenos dolorosos) así como los orígenes del niño y sentir que pertenecen también a la familia. Si el pasado y los orígenes de los niños quedan escindidos, expulsados de la familia, habrá una parte del hijo que no será aceptada e interferirá en el sentimiento de pertenencia a la familia del hijo.

En otro orden de cosas hay que añadir que, debido al desconocimiento social a que nos hemos referido hasta ahora, la frecuente carencia de sensibilización en contextos habituales donde viven los niños (hogares de niños, escuelas e institutos principalmente) ha añadido a menudo dificultados en su proceso evolutivo.


Cómo se transmite la incondicionalidad y el sentimiento de pertenencia.
La incondicionalidad no es incompatible con la vivencia cotidiana de cansancio, desorientación, impotencia, rabia y quizás en muchos momentos también desesperanza de los padres, pero es importante saber que los hijos no sienten la aceptación y la incondicionalidad de los padres solamente porque los digamos que los estimamos, sino que se las tenemos que transmitir en los momentos que captamos sus necesidades y dificultades, a pesar de que sean expresadas con actitudes y comportamientos complicados. A pesar de que haya momentos de cansancio, frustración y dificultad podemos disfrutar de ellos, y valorar y celebrar los retos que consigan; es decir, aunque no sepamos resolver sus problemas, estamos transmitiendo incondicionalidad. La imagen interna del hijo que construimos los padres será la que le ofreceremos en el día a día. Si la imagen es de decepción permanente, de no-aceptación, en muchos momentos esta imagen corroborará en el mundo interno del hijo el sentimiento de rechazo, cosa que lesionará todavía más su autoestima y reforzará su creencia de no ser “querible”. Los niños adoptados son muy sensibles en este terreno y captan el rechazo con mucha facilidad. La investigación de la incondicionalidad puede llegar a ser un reto constante para las personas que se han sentido abandonadas.

Desde la experiencia en postadopción vemos a menudo que la vida de estos niños es complicada, puesto que las exigencias de la cotidianidad no están en sintonía con sus posibilidades y sus capacidades cognitivas y afectivas.

La adolescencia: un momento crucial, una oportunidad.
La adolescencia es el momento que permite al chico o chica la separación y diferenciación de sus figuras vinculares. Pero para conseguirlo, muchas veces tiene que ser a través del cuestionamiento y la diferenciación. Un cuestionamiento interno y externo, que paradójicamente hace más necesaria la incondicionalidad y el sentimiento de pertenencia de que hemos hablado. Por otro lado, ya sabemos que la adolescencia es el momento de la escenificación de los conflictos no resueltos durante la infancia tanto en los hijos como en los padres como en el grupo familiar.

Vemos que muchos a chicos y chicas adoptados llegan a la adolescencia con un profundo sentimiento de fracaso en muchos aspectos de su vida, especialmente el escolar, y con una autoestima muy dañada.



En el adolescente adoptado pueden haber conflictos no resueltos vinculados con:
ü     las secuelas de las experiencias previas a la adopción de maltrato, negligencia, etc.  que no se han podido reparar posteriormente;
ü     la influencia de estos en el desarrollo personal durante la infancia que hayan repercutido en su autoimagen y baja autoestima (fracaso escolar, relaciones con los otros, etc.);
ü      la imagen que el entorno familiar y social se haya formado a partir de él;
ü     a elaboración que habrá hecho de la adopción y su identidad como persona adoptada (orígenes, diferencias raciales, etc.).

En esta etapa la aceptación incondicional de los padres se vuelve una tabla de salvación para hacer frente al cúmulo de cambios y de incertidumbres propios de la edad desde un yo insuficientemente sólido.

Para los padres, entender el sufrimiento que se esconde detrás la agresión, el cuestionamiento constante y las fugas presenta a menudo muchas dificultades.

Los ataques y las provocaciones –que tienen como objetivo comprobar la resistencia del vínculo– pueden ser vividos como auténticos bombardeos a la relación de base y, si ellos mismos han crecido como padres con fisuras en este vínculo, en aquel momento estas salen a la luz y toma especial relevo la imagen interna que habrán construido durante la infancia.

Todas las inseguridades y fragilidades son proyectadas en los padres, los cuales se debaten permanentemente entre ser receptores y continentes del malestar masivo de sus hijos, y expulsores del rechazo, de la rabia y de la agresión a que se sienten sometidos. Creemos que esta demanda exigente implícita de incondicionalidad va, además, estrechamente ligada a las dudas sobre la propia existencia, sobre la pertenencia de fondo a una familia que los pueda sostener y que no los expulse (abandone).

El sentimiento de pertenencia a la familia biológica no se ha podido establecer y necesitan corroborar la incondicionalidad y el sentimiento de pertenencia con la familia adoptiva para consolidar su identidad.

Este artículo está basado en una conferencia impartida dentro del “Ciclo de Charlas 2014”, organizado por el Instituto Catalán de la Acogida y la Adopción,
el 5 de noviembre de 2014 en Barcelona
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