miércoles, 22 de mayo de 2019

Reflexión


¡Abre la boca, que viene un avión!
Marta LLauradó, enero 2019




Y cucharada dentro … Engañar a los niños pequeños con el fin de que hagan o dejen de hacer algo a conveniencia de los adultos es una práctica habitual, no siempre aconsejable y, a veces, perversa.

H es un niño de dos años y medio que lleva seis meses en acogimiento familiar. Poco a poco va superando un apego ansioso con sus acogedores. Vive en un entorno rural y tiene obsesión por los tractores. Es una de las primeras palabras que ha aprendido a decir: «tator». Los vecinos tienen un tractor viejo y prácticamente abandonado. A menudo le hablan del tractor y le prometen que un día lo llevarán a su campo y podrá subir. Llega el día y el niño se agarra de las manos de la pareja y comienza a andar camino adelante, decidido y sin mirar atrás en ningún momento, abducido por la proximidad de un sueño, de una ilusión, dominado por la curiosidad infantil, superando toda desconfianza.

Los acogedores, a pesar de estar contentos de este inicio de autonomía por parte del pequeño, no dan crédito a este desapego repentino.

Conscientes de que se trata de un desapego temporal, que desaparecerá en el momento en que su curiosidad se vea más que satisfecha, le dan un margen de tiempo hasta que deciden ir a buscarlo. Cuando llegan, el niño está sentado en el asiento del tractor aferrado a un volante que ya no gira nada. La presencia de los acogedores le da confianza y se permite el lujo de resistirse a bajar del destartalado tractor. La escena finaliza cuando se le promete que podrá subir otro día. Estoy segura de que muchos padres de cualquier tipología se han visto en una situación similar con su niño a cargo, ya sea subiendo en un tractor, yendo una tarde en casa de un amigo, yendo al zoo con la tía. Una escena normal en la vida normalizada de un niño.

¿Qué hubiera pasado si los acogedores, sus referentes principales, no lo hubieran ido a recoger? ¿Viviría eternamente en el tractor, animado por las palabras entusiastas de los vecinos?¿ En qué momento la aventura se convertiría en una pesadilla? ¿En qué momento empezaría a reclamar los acogedores? Primero con sencillas preguntas, después con una cierta angustia y, con el paso de las horas, con llantos como técnica que sabe que puede funcionar y, también, como manifestación externa del horror vacui que está experimentando, conectado, en algunos casos, con una experiencia previa de abandono. -¿Y si no vuelven? – Se preguntaría. Es el caos.

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