¡Abre la boca, que
viene un avión!
Marta
LLauradó, enero 2019
Y cucharada dentro … Engañar a los
niños pequeños con el fin de que hagan o dejen de hacer algo a conveniencia de
los adultos es una práctica habitual, no siempre aconsejable y, a veces,
perversa.
H es un niño de dos años y medio que
lleva seis meses en acogimiento familiar. Poco a poco va superando un apego
ansioso con sus acogedores. Vive en un entorno rural y tiene obsesión por los
tractores. Es una de las primeras palabras que ha aprendido a decir: «tator».
Los vecinos tienen un tractor viejo y prácticamente abandonado. A menudo le
hablan del tractor y le prometen que un día lo llevarán a su campo y podrá
subir. Llega el día y el niño se agarra de las manos de la pareja y comienza a
andar camino adelante, decidido y sin mirar atrás en ningún momento, abducido
por la proximidad de un sueño, de una ilusión, dominado por la curiosidad
infantil, superando toda desconfianza.
Los acogedores, a pesar de estar
contentos de este inicio de autonomía por parte del pequeño, no dan crédito a
este desapego repentino.
Conscientes de que se trata de un
desapego temporal, que desaparecerá en el momento en que su curiosidad se vea
más que satisfecha, le dan un margen de tiempo hasta que deciden ir a buscarlo.
Cuando llegan, el niño está sentado en el asiento del tractor aferrado a un
volante que ya no gira nada. La presencia de los acogedores le da confianza y
se permite el lujo de resistirse a bajar del destartalado tractor. La escena
finaliza cuando se le promete que podrá subir otro día. Estoy segura de que
muchos padres de cualquier tipología se han visto en una situación similar con
su niño a cargo, ya sea subiendo en un tractor, yendo una tarde en casa de un
amigo, yendo al zoo con la tía. Una escena normal en la vida normalizada de un
niño.
¿Qué hubiera pasado si los
acogedores, sus referentes principales, no lo hubieran ido a recoger? ¿Viviría
eternamente en el tractor, animado por las palabras entusiastas de los vecinos?¿ En qué momento la aventura se convertiría en una pesadilla? ¿En
qué momento empezaría a reclamar los acogedores? Primero con sencillas
preguntas, después con una cierta angustia y, con el paso de las horas, con
llantos como técnica que sabe que puede funcionar y, también, como
manifestación externa del horror vacui que está experimentando, conectado, en
algunos casos, con una experiencia previa de abandono. -¿Y si no vuelven? – Se
preguntaría. Es el caos.…
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