Historia
y presente en adopción, una misma realidad.
Juan
Alonso Casalilla Galán, junio 2020
Fuente: Deseo
y razón
Cuando
intervenimos en adopción y acogimiento, siempre existe un difícil
equilibrio entre encuadrar adecuadamente nuestras actuaciones
contemplando el pasado del niño y esterilizar las mismas
remitiéndonos a una característica general que oculta las claves
actuales de lo que ocurre en la relación con los chicos.
Tener
como telón de fondo el pasado y la historia del niño es
fundamental, pero esta historia se puede presentar de dos formas. Una
de ellas produce progreso, nuevas significaciones, otra nos sitúa en
una paralización eterna o más bien un eterno retorno de lo
idéntico.
Es
habitual en los relatos de los padres que acuden a la consulta y en
no pocos profesionales, que cualquier malestar, cualquier problema de
conducta, sea explicado en su plenitud por el pasado traumático y de
sufrimiento, que a los chicos se les supone, impregnándolo todo. Se
erige así la historia en causa casi directa de lo que
ocurre en el ahora. Además, a través de esta historia, los que
sufren, cuentan y exhiben una identidad. Una identidad basada en un
pasado-etiqueta que vela con frecuencia las claves actuales de la
relación. Esa historia “explica” su presente de
sufrimiento, deteniéndose en ese momento interrogantes y preguntas
sobre el estímulo actual causante de la conducta o el malestar, el
cual tiene un peso muy importante en lo que le pasa y habla de la
relación que ahora tenemos y que fundará el futuro.
En
estos relatos los hechos del pasado se convierten en causa y se
apunta a “explicar” en base a los mismos todas las claves de lo
actual. Los antecedentes se convierten en señalamiento de
causalidades y por esa vía se apunta hacia la adjudicación de
responsabilidades por la situación del que sufre, invitando a que se
conviertan en juicio y condena. El confort intelectual que
esta operación conlleva es evidente; nos exime de la responsabilidad
de pensar qué nos queda por descifrar del aquí y el ahora de la
situación planteada, sin embargo, nos condena a repetir y repetir
hasta el infinito.
Esa
posición, muchas veces nos conduce a creer que detrás de la forma
en la que el niño se expresa, en la escena que nos compromete en el
“ahora” no hay nada, no hay una verdad a descifrar. Remitiéndonos
a ese pasado-etiqueta, se da una explicación que no explica nada,
que no modifica nada, que no compromete a nada. Es una respuesta que
fracasa.
Cuando
tenemos que responder a las demandas de situaciones singulares, sólo
las claves de la relación actual pueden darnos las llaves de cómo
actuar. Ubicar todo lo que nos produce malestar en la relación o lo
que no entendemos en un pasado deficitario y/o traumático no es
siempre acertado, casi nunca lo es del todo...aunque sin duda produce
un ese confort intelectual del que hablábamos más arriba.
Debemos
tener siempre en cuenta que los momentos críticos que aparecen a lo
largo del trabajo con los menores y sus familias suelen estar
motivados por “algo de la realidad presente” que impacta en
alguno de los sujetos implicados (no siempre el niño) y que pide una
nueva construcción que dé cuenta de lo que pasa.
Pongamos
un ejemplo, hace unos años una madre, en el transcurso de un
seguimiento me comentó que su hija adoptiva, la cual no llegaba a
los siete años, cuando estaban esperando para ser recogida del
colegio hizo una crisis de angustia importante, se puso muy nerviosa
y empieza a temer que sus padres no fueran a recogerla nunca, que la
dejarán ahí para siempre. Aunque el retraso desde el punto de vista
cronológico no fue ni mucho menos importante, desde el punto de
vista del acontecimiento subjetivo, supuso un impacto que reavivó
huellas pasadas, huellas de memoria que muy probablemente no tuvieran
un relato ni una escena, sólo el fondo de angustia.
Algunos
adultos, tras el incidente, se apresuraron a explicar el hecho por
los traumas sufridos, ubicando doctamente la causa en un pretérito,
donde esa escena ya ocurrió. Se transmitió información, de nuevo,
a la pequeña de su pasado, de su actualidad, intentando
tranquilizarla. Sin embargo, eso no contribuyó a que la pequeña
elaborara el miedo a ser abandonada en la escuela.
La angustia
aparecía ante el mínimo retraso.
Fue
cuando se abordó ese ahora, esa espera que se vivía como eterna.
Cuando se escuchó ese instante subjetivo al que hay que dejar hablar
a través de las palabras del niño, cuando empezaron a desaparecer
los miedos, en el contexto de las relaciones actuales.
Así,
a nosotros nos corresponde escuchar, interrogar y tener
paciencia. Solo explorando que sintió en ese momento, que
pensó, puede surgir en la relación actual una re-significación
“sanadora”. Es una escena inaugural de construcción de vínculo
con sus padres…remitirnos y quedarnos en un pretérito desconocido
y genérico no sirve de nada, es el abordaje actual en el contexto de
los vínculos actuales lo que hace relación, resignifica escenas
pasadas y sienta las bases de la nueva vida.