El
abusador sexual infantil: entre el delincuente peligroso y el ciudadano
socialmente bien integrado.
A. Andrés Pueyo , U. de Barcelona
2 de abril 2016
Profesores
y maestros, sacerdotes, voluntarios, sanitarios, trabajadores sociales,
psicólogos y entrenadores deportivos, entre muchos otros profesionales que
trabajan con menores aparecen con cierta frecuencia en los medios de
comunicación entre los imputados y condenados como abusadores sexuales de
menores. También muchas otras personas, sin una identidad profesional
particular, lo son. La pederastia y
la pedofilia no son exclusivas de ningún entorno profesional aunque obviamente
se dan con más frecuencia en aquellos contextos en que los adultos y los
menores conviven más allá del entorno familiar. Estas conductas y preferencias
sexuales las presentan muy mayoritariamente hombres, de distintas edades,
grupos sociales y también en diferentes culturas. Muchos adultos
violentan sexualmente a menores que son sus propios hijos o hijas, familiares o
conocidos. Otros victimizan a desconocidos de su mismo sexo o del contrario,
eso si, siempre y generalmente menores de 13 años.
La imagen estereotipada del agresor
sexual lo representa como alguien incorregible, despreciable, despiadado, sin
moral, cruel y vicioso. Es impensable que una persona “normal” pueda realizar
esas acciones, pero la realidad no es así. Los agresores y abusadores sexuales
de menores y niños son muy variados y heterogéneos. Los hay con graves
limitaciones psicológicas y personales, con biografías desgraciadas y que viven
situaciones muy penosas, pero no todos ellos son así. A los efectos de conocer
sus peculiaridades y poderlos identificar con mayor seguridad, hemos de distinguir
aquellos que podríamos reconocer como socialmente exitosos y bien adaptados, de
aquellos que están socialmente desadaptados y desarraigados. Entre los primeros
clasificaríamos a los que estos días están siendo denunciados y presentes en el
debate público en Barcelona por los abusos denunciados en el colegio de los
Maristas de Sants-Les Corts.
La anterior diferenciación entre agresores sexuales y abusadores de
menores distingue a los “socialmente exitosos” de los “socialmente
inadaptados”. Esta distinción es muy importante a efectos de la prevención
porque cada tipo requiere de estrategias preventivas diferenciadas. Naturalmente
que esta distinción se acaba cuando se denuncia, juzga y condena a estos
delincuentes, pertenezcan a uno u otro de los dos grupos, porque en términos
generales la aplicación de la ley implica analizar la legalidad de sus acciones.
Pero para detectar y prevenir el riesgo de nuevos abusos o agresiones la
pertenencia a un grupo u otro es importante.
Detectar a los abusadores y agresores sexuales de menores del primer
grupo, los “socialmente exitosos”, es muy difícil. Lo más problemático es reconocerlos y
denunciarlos. Con este grupo se cometen muchos falsos negativos ya que, ante
las acusaciones de abusos, nadie cree que sean sus autores y se
toleran muchos hechos punibles por parte de su entorno profesional o familiar.
Esto dificulta mucho la prevención de la violencia sexual en contextos
educativos y asistenciales e incluso también a nivel intrafamiliar. Por ello
cuando se descubren sus acciones – dejando de lado la sorpresa e incredulidad
que provocan – impacta la cronicidad de su historial delictivo, a veces años, y
las numerosas víctimas producidas. Con este grupo la tarea preventiva
primordial es detectarlos y así evitar su actuación silenciosa y secreta.
El grupo
de abusadores y agresores sexuales de menores “socialmente inadaptados”, los
que generalmente se identifican propiamente como “delincuentes sexuales”,
suelen ser pertenecientes a grupos de personas en riesgo de exclusión social,
delincuentes mas o menos crónicos y con múltiples problemas de adaptación social.
Con este grupo las cosas suceden un poco a la inversa. Aquí la problemática
preventiva no se concentra tanto en la detección precoz, que también seria
deseable, sino en la intervención posterior a la condena penal. Se trata de
gestionar sus riesgos (toxicomanías, desajustes psicosociales, etc. ), por otra
parte muy comunes a los que tienen los delincuentes comunes de origen marginal
y de grupos de riesgo de exclusión social, para reducir la reiteración de
nuevos actos de violencia sexual contra menores. Los programas de
rehabilitación para penados, aquí, son imprescindibles para una buena
prevención futura.
Las
agresiones y abusos sexuales contra los menores son una realidad y constante
histórica que, creemos y deseamos, están empezando a dejar de ser impunes en
términos sociales y comunitarios. Legalmente hace mucho tiempo están
tipificados como delitos. Ahora
toca prevenirlos. Afortunadamente cada vez nuestras sociedades son mas
intolerantes con la violencia, con todos los actos violentos, y los abusos
sexuales a menores lo son, pero esto no debería significar lo mismo que ser
intolerantes con sus autores. Hay que atender a las víctimas y, también, a
los agresores para prevenir la continuidad de esta y de cualquier otro tipo de
violencia