Castigo ejemplar
Valentín Escudero Carranza.
Literapeútica, septiembre 2011
Las cosas
iban bastante bien con Roy este verano, hasta que pasó lo del contenedor.
Después de
tanto luchar durante todo el curso pasado, y una vez que asumí que el tener un
hijo de 17 años en libertad vigilada era una realidad y no un mal sueño que
terminaría en cualquier momento en el que yo me despertase; después de todo el
trabajo que hicimos juntos… me di cuenta de que pasaba un día tras otro sin que
volviesen a aparecer los problemas a los que Roy ya me tenía acostumbrada. Esa
tranquilidad era algo que ansiaba más que nada y por eso mismo no me atrevía a
creérmelo demasiado. En los últimos años los veranos han traído lo mejor y lo
peor para nosotros, así que no sabría decirte cómo me siento cuando llegan las
vacaciones para Roy. Que siga estudiando (aunque no le vaya demasiado bien) me
parece ahora un gran logro pero que exige mucha energía, así que cuando termina
el curso suelo pensar que el verano va a ser una tregua en nuestra lucha diaria
para que vaya el instituto. Y por otro lado (¡siempre ese ‘otro lado’ del
miedo!) me entra pánico al pensar que Roy va a tener tanto tiempo libre y sin
apenas vigilancia. Ya sabes que para mi el verano significa que tengo el doble
de trabajo, a veces supero las 12 horas de jornada al día, es lo que hay.
El caso es
que, como te estaba diciendo, Roy iba mejor este verano. Y sin la medicación de
la hiperactividad; tiene que descansar en verano de la medicación (ya sé que es
un tema que no te gusta, lo dejo). Y lo que te voy a contar, que seguro que te
va a gustar, es que todo se estropeó por una tontería, por un contenedor de
basura. Digo que te va a gustar porque el problema tuvo un final muy
sorprendente (esta es la parte que te va a interesar). Roy fue a una fiesta con
sus amigos y tuvo esa reacción que tantos problemas nos ha dado. No pasó nada
raro, he preguntado muchas veces y a mucha gente cómo fueron las cosas y
siempre llego a la misma conclusión: fue “un pronto” (seguro que tú no estás de
acuerdo, pero ahora no viene al caso). Agarró un pesado contenedor de basura,
de esos verdes que tienen ruedas, y lo empujó calle abajo con la mala suerte de
que se estrelló contra una furgoneta de esas que suelen tener las empresas. He
dicho ‘con la mala suerte’ y ahora pienso que podría haber sido peor si hubiese
dado contra alguna persona ya que había bastante gente. El caso es que la
furgoneta quedó bastante tocada por el choque del contenedor. Ya sabes como es
R; dice que no pensó que el contenedor fuese “tan veloz” y que nunca se imaginó
que fuese a ser un “contenedor tan fuerte”. Cuando le oigo decir estas cosas me
gustaría ser una desconocida, una persona ajena que oye la historia, para poder
reírme. Pero resulta que soy su madre, y sólo sé me pasa por la cabeza la idea
de meterle a él en un contenedor y chocarle contra un muro, “para que veas lo
fuerte que es el contenedor!”. Ya sabes que todo esto es desahogo, no te vayas
a enfadar.
Conoces
bien a Roy y sabes que no hace falta que “lo atrapen”, él mismo preguntó de
quién era la furgoneta y me lo contó todo esa misma noche. Así que yo llamé a
la empresa al día siguiente, era un taller mecánico de coches y motos. Parece
que trabajan mucho con motos porque el dueño –del taller y de la furgoneta– fue
o es muy “motero”. No pude hablar con él cuando llamé pero dejé mi número y
expliqué a un empleado el asunto; no había pasado ni una hora cuando el dueño
me llamó personalmente. El tipo, de entrada, parecía seco pero no se puso
borde. Le expliqué lo que pasó y le pedí que me dijese lo que costaba arreglar
la furgoneta. Me dijo que en un día o dos me diría lo que costaba; y nada más,
no se puso furioso ni siquiera le noté nervioso o alterado. Me pareció raro y
pensé: “este me la va a liar, me va a intentar sacar todo lo que pueda o me va
a meter una denuncia de campeonato”. Pero al día siguiente me llamó su empleado
(amable como si me llamase para avisarme que mi coche estaba arreglado y listo
para llevármelo) y me dijo que el coste de reparar la furgoneta era de 1.500
Euros. “Bien”, le dije, “pues arreglen la furgoneta y dígale a su jefe que lo
pagaré al final de este mes”; intenté decirlo con un tono de normalidad, pero
me caí hundida en el sofá nada más colgar el teléfono ¡1500 Euros!, no tenía ni
idea de dónde sacarlos. Dos horas después me llama otra vez el dueño del taller
y me dice que si puedo ir a hablar con él en persona o bien venir él a hablar
conmigo a donde yo quiera. “Aquí viene el lío, esta será la trampa”, pensé.
Pero no tenía alternativa (no quiero imaginarme lo que estarás pensando sobre
esto de las alternativas, pero es lo que yo pensé). Así que a última hora de la
tarde, nada más terminar de hacer la última limpieza que tenía ese día, me
presenté en su taller. Y aquí viene lo más sorprendente. Este tipo es un hombre
de mi edad, con aspecto de currante mecánico, pero agradable y un poco tímido.
Y lo primero que me dice después de saludar y presentarse es:
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