R. Mora
Butlletí d’Inf@ncia nº. 87, 2015
Direcció General d'Atenció a la Infància i l'Adolescència. G. de C
Incondicionalitat i pertinença en les famílies adoptives, original en catalán
Traducción:
SSB
“Adoptar
es criar un niño que dará continuidad a la familia y que a través de la crianza y la Incondicionalidad
adquirirá el sentido de pertenencia a esta.” Levy Soussan.
En toda
maternidad/paternidad, biológica o adoptiva, a lo largo de la crianza pueden
producirse fisuras en los vínculos paternofiliaels que interfieran, más
gravemente o menos, en la dinámica de las relaciones familiares. En el caso de
la filiación adoptiva, estas fisuras tienen varias peculiaridades que la
diferencian de la biológica y que tienen el origen en determinadas circunstancias
de los adultos y determinadas características y necesidades de los niños. Es en estos momentos de fragilidad o dificultades cuando toma especial relevancia la incondicionalidad
de los progenitores, entente como un factor indispensable para poder sostener
las diferentes problemáticas con que se pueden encontrar los padres y madres
adoptivos en diferentes momentos.
Cómo se crea el sentimiento de incondicionalidad.
En realidad, tendría que ser un posicionamiento emocional y una disponibilidad,
la incondicionalidad que fuera el punto de partida de cualquier proyecto de maternidad/paternidad. El sentimiento de incondicionalidad, cuando se dan las
circunstancias adecuadas, se transmite a los hijos al inicio del proceso de
vinculación del neonato con las figuras de referencia y se va consolidando y
modificando a lo largo de la vida. Los pares/madres se hacen cargo del niño tenga
este las características que tenga. Este vínculo tan intenso se irá formando en
el niño precisamente en los momentos en que el adulto se hace cargo de él en
todas sus necesidades, en los momentos que el niño no puede autoregularse ni
gestionar las sensaciones y emociones primarias. En los inicios de la vida, atendida la fragilidad con que nacemos los seres humanos, es cuando
más necesitamos esta presencia incondicional.
El resultado de esta incondicionalidad de los padres es la base de la seguridad emocional y de una autoestima fuerte: el niño aprende que está protegido, que es digne de amor, que es estimado. Es la sensación de ser único, insustituible y especial. Permite la construcción de la certeza creciente que puede contar totalmente con el otro disponible y de la progresiva seguridad que el vínculo no se pierde a pesar de que el adulto esté distante o incluso cuando no está. La incondicionalidad se forma internamente en padres e hijos y se va reforzando.
El resultado de esta incondicionalidad de los padres es la base de la seguridad emocional y de una autoestima fuerte: el niño aprende que está protegido, que es digne de amor, que es estimado. Es la sensación de ser único, insustituible y especial. Permite la construcción de la certeza creciente que puede contar totalmente con el otro disponible y de la progresiva seguridad que el vínculo no se pierde a pesar de que el adulto esté distante o incluso cuando no está. La incondicionalidad se forma internamente en padres e hijos y se va reforzando.
El niño,
despacio, va dejando de requerir la presencia física constante, puesto que esta
experiencia crea una impronta en el interior, introyectada simbólicamente, y
que predispone a tolerar las posibles distancias o cambios que puede
haber en la relación.
Cuando en
la relación pares/madres-hijos hay una vinculación de base fuerte y segura,
cuando se ha podido formar esta incondicionalidad, en los momentos de
conflictos más o menos graves, de dificultad o distanciamiento emocional, el
vínculo no peligrará. Podrá haber malestar, sufrimiento, distancia, etc., pero
el vínculo perdurará y no será cuestionado ni por los padres ni por los hijos.
Una prueba de fuego para esta incondicionalidad y fortaleza del vínculo es
durante la adolescencia de los hijos.
Cómo se forma el sentimiento de
pertenencia.
La relación de incondicionalidad permite, a la vez, hacer germinar el sentido
de pertenencia entre padres e hijos, y los dos elementos, incondicionalidad y
pertenencia, tendrán un gran peso en la construcción de la identidad. El
sentido de pertenencia es sentirse un miembro importante de un grupo, con el
cual se identifican y comprometen totalmente, a la vez que es parte activa y es
valorado y respetado por el grupo. Tiene que ver con la satisfacción de
sentirse aceptado por el resto no solamente por los parecidos e
identificaciones, sino a pesar de las particularidades, especificidades y
diferencias.
La
familia es el primer grupo de pertenencia y es el que nos da las herramientas
básicas (estimación, seguridad, confianza…) para posicionarnos, posteriormente,
en la vida social.
Podríamos
decir que el sentimiento de pertenencia a la familia crece a partir de la incondicionalidad,
la aceptación y la valoración de los padres. Surge al sentirnos aceptados por
el resto de miembros de la familia, y esto facilita que podamos asumir las
normas de funcionamiento y las responsabilidades siguiendo unas reglas que se
determinarán para el bien del grupo en general. A través del sentimiento de incondicionalidad
y de pertenencia, sentimos que somos parte de la familia y que a la vez nos
sentimos únicos y especiales y aceptados con todas nuestras particularidades.
En toda
maternidad/paternidad, biológica o adoptiva, a lo largo de la crianza pueden
producirse fisuras en los vínculos entre padres e hijos que pueden interferir,
más o menos gravemente, en la dinámica de las relaciones. Tal vez, estas
fisuras pueden ser originadas por conflictos, a menudo latentes y no resueltos,
en los adultos, que pueden estar potenciados por factores diversos.
En los padres
el sentimiento de incondicionalidad hacia
el hijo puede debilitarse, o no crearse, cuando se suman una serie de factores:
ü cuando
el proyecto de maternidad/paternidad no era firme para uno o los dos miembros
de la pareja;
ü
cuando las motivaciones eran poco adecuadas y
las expectativas poco realistas;
ü
cuando
hay graves dificultades en la crianza que comportan desgaste a lo largo del
tiempo y los sentimientos de impotencia y desesperanza van ganando terreno.
Entonces, hay la posibilidad que se viva el hijo como causante del sufrimiento
y el malestar;
ü
cuando
a alguna o algunas de estas circunstancias se añaden importantes fuentes de
estrés (separación matrimonial, deceso de alguno de los padres...).
Particularidades en el caso de la
adopción.
El proceso de vinculación inicial se produce cuando el niño tiene una cierta
edad y una historia previa.
Cuando un
niño es adoptado, tenga la edad que tenga, llega a la familia habiendo
incorporado un modelo de relación según el cual habrá podido adquirir más o
menos confianza hacia el mundo y los otros. Su desarrollo emocional y neuropsicològico
estará determinado por la incidencia en mayor o menor grado de una serie de
factores de riesgo que pueden haber tenido lugar durante el embarazo y los
primeros tiempos o años de vida. Conocemos bien las consecuencias de la malnutrición,
del consumo de alcohol durante el embarazo, de la institucionalización, del maltrato
en todas sus vertientes. Cuando en el desarrollo del niño inciden este factores
de riesgo, a veces todos juntos, se instala una base de la personalidad, unos fundamentos,
muy frágiles e inestables, que pueden revertir en dificultades a muchos
niveles: cognitivo, neuromadurativo, emocional, etc., que se expresan a menudo a través de la
inquietud y de conductos muy poco organizados y disruptivos que pueden teñir
toda la vida emocional del niño y sus relaciones. La carencia de vínculos de
exclusividad, habrá forjado en él desconfianza y una baja autoestima en que
predomina el sentimiento de no ser importante ni exclusivo para nadie.
Habitualmente,
es más natural hacerse cargo de las necesidades más primarias de un nuevo nato
o de un bebé, puesto que los adultos generalmente toleramos sus fragilidades
porque sabemos su indefensión ante el mundo. Aceptamos su dependencia
atendiendo sus demandas continuas con una disposición incondicional, aunque
esto sea cansado y, a veces, inquietante. Pero esta disponibilidad y incondicionalidad
que tenemos cuando los niños son muy pequeños pierde espontaneidad cuando nos encontramos ante un niño que ya no es
bebé e implícitamente consideramos que tiene que tener recursos personales que
le permitan autogestionarse.
El niño
adoptado propone un modelo de relación aprendido a través de sus experiencias
previas, pero el que en el fondo necesitará para reconstruir su seguridad
interna es esta experiencia de sentirse exclusivo para los padres y aceptado.
Sin
embargo, es importante contar con el hecho que, fruto de su inseguridad y del
propio cambio de modelo relacional, el niño puede reaccionar cuestionando, o
incluso atacando las muestras de incondicionalidad de los padres, lo cual puede
resultar frustrante y tal vez poco gratificante.
Esto nos
trae a otra particularidad de la maternidad/paternidad adoptiva: las familias adoptivas
se tienen que hacer cargo de las consecuencias de las experiencias previas a la
adopción y repararlas.
Una
necesidad específica de esta forma de maternidad/paternidad es reparar las experiencias
vividas. Siempre es complicado asumir las dificultades de los hijos. En el caso
de la adopción puede ser más difícil y requiere un proceso emocional específico
por parte de los padres. El hijo o hija ha sufrido la negligencia de otros,
pero las consecuencias las expresa aquí y ahora, y se hacen presentes en la dinámica familiar. Esto puede no ser nada fácil cuando,
muchas veces, no se sabe qué es el que ha vivido el hijo o hija ni tampoco la
dimensión que han tenido las experiencias.
Asumir
esta responsabilidad requiere poder aceptar y entender que tampoco el hijo o
hija es responsable, al contrario, es la víctima de su propia historia. Historia
que los padres tendrán que adoptar también, responsabilizarse y hacerse cargo.
De hecho, los padres tienen que adoptar toda la historia (incluso en los
aspectos ajenos dolorosos) así como los orígenes del niño y sentir que pertenecen también a la familia. Si el pasado y los orígenes de los niños
quedan escindidos, expulsados de la familia, habrá una parte del hijo que no
será aceptada e interferirá en el sentimiento de pertenencia a la familia del
hijo.
En otro
orden de cosas hay que añadir que, debido al desconocimiento social a que nos
hemos referido hasta ahora, la frecuente carencia de sensibilización en
contextos habituales donde viven los niños (hogares de niños, escuelas e
institutos principalmente) ha añadido a menudo dificultados en su proceso evolutivo.
Cómo se transmite la incondicionalidad
y el sentimiento de pertenencia.
La incondicionalidad no es incompatible con la vivencia cotidiana de cansancio, desorientación, impotencia, rabia y quizás en muchos momentos también
desesperanza de los padres, pero es importante saber que los hijos no sienten
la aceptación y la incondicionalidad de los padres solamente porque los digamos
que los estimamos, sino que se las tenemos que transmitir en los momentos que
captamos sus necesidades y dificultades, a pesar de que sean expresadas con actitudes
y comportamientos complicados. A pesar de que haya momentos de cansancio,
frustración y dificultad podemos disfrutar de ellos, y valorar y celebrar los
retos que consigan; es decir, aunque no sepamos resolver sus problemas, estamos
transmitiendo incondicionalidad. La imagen interna del hijo que construimos los
padres será la que le ofreceremos en el día a día. Si la imagen es de decepción
permanente, de no-aceptación, en muchos momentos esta imagen corroborará en el
mundo interno del hijo el sentimiento de rechazo, cosa que lesionará todavía
más su autoestima y reforzará su creencia de no ser “querible”. Los niños
adoptados son muy sensibles en este terreno y captan el rechazo con mucha
facilidad. La investigación de la incondicionalidad puede llegar a ser un reto
constante para las personas que se han sentido abandonadas.
Desde la
experiencia en postadopción vemos a menudo que la vida de estos niños es
complicada, puesto que las exigencias de la cotidianidad no están en sintonía
con sus posibilidades y sus capacidades cognitivas y afectivas.
La adolescencia: un momento crucial, una
oportunidad.
La adolescencia es el momento que permite al chico o chica la separación y
diferenciación de sus figuras vinculares. Pero para conseguirlo, muchas veces
tiene que ser a través del cuestionamiento y la diferenciación. Un cuestionamiento
interno y externo, que paradójicamente hace más necesaria la incondicionalidad y
el sentimiento de pertenencia de que hemos hablado. Por otro lado, ya sabemos
que la adolescencia es el momento de la escenificación de los conflictos no
resueltos durante la infancia tanto en los hijos como en los padres como en el
grupo familiar.
Vemos que muchos a chicos y chicas adoptados llegan a la adolescencia con un profundo sentimiento de fracaso en muchos aspectos de su vida, especialmente el escolar, y con una autoestima muy dañada.
Vemos que muchos a chicos y chicas adoptados llegan a la adolescencia con un profundo sentimiento de fracaso en muchos aspectos de su vida, especialmente el escolar, y con una autoestima muy dañada.
En el
adolescente adoptado pueden haber conflictos no resueltos vinculados con:
ü las
secuelas de las experiencias previas a la adopción de maltrato, negligencia,
etc. que no se han podido reparar
posteriormente;
ü la
influencia de estos en el desarrollo personal durante la infancia que hayan repercutido
en su autoimagen y baja autoestima (fracaso escolar, relaciones con los otros,
etc.);
ü
la
imagen que el entorno familiar y social se haya formado a partir de él;
ü a
elaboración que habrá hecho de la adopción y su identidad como persona adoptada
(orígenes, diferencias raciales, etc.).
En esta
etapa la aceptación incondicional de los padres se vuelve una tabla de
salvación para hacer frente al cúmulo de cambios y de incertidumbres propios de
la edad desde un yo insuficientemente sólido.
Para los
padres, entender el sufrimiento que se esconde detrás la agresión, el
cuestionamiento constante y las fugas presenta a menudo muchas dificultades.
Los
ataques y las provocaciones –que tienen como objetivo comprobar la resistencia
del vínculo– pueden ser vividos como auténticos bombardeos a la relación de base y, si ellos mismos han crecido como padres con fisuras en este
vínculo, en aquel momento estas salen a la luz y toma especial relevo la imagen
interna que habrán construido durante la infancia.
Todas las
inseguridades y fragilidades son proyectadas en los padres, los cuales se
debaten permanentemente entre ser receptores y continentes del malestar masivo
de sus hijos, y expulsores del rechazo, de la rabia y de la agresión a que se
sienten sometidos. Creemos que esta demanda exigente implícita de incondicionalidad
va, además, estrechamente ligada a las dudas sobre la propia existencia, sobre la pertenencia de fondo a una familia que los pueda sostener
y que no los expulse (abandone).
El
sentimiento de pertenencia a la familia biológica no se ha podido establecer y
necesitan corroborar la incondicionalidad y el sentimiento de pertenencia con
la familia adoptiva para consolidar su identidad.
Este
artículo está basado en una conferencia impartida dentro del “Ciclo de Charlas 2014” , organizado por el
Instituto Catalán de la
Acogida y la Adopción,
el 5 de noviembre de 2014 en Barcelona.
el 5 de noviembre de 2014 en Barcelona.