Los niños adoptados en la red publica de salud mental.
M. Rius Ruich
Butlletí Inf@ncia nª. 80, Direcció General d'Atenció a la Infància i l'Adolescència.
G. de Catalunya
Original en catalán
Los niños adoptados en la red publica de salud mental.
Traducción.SSB
La
adopción ha sido y seguirá siendo una necesidad de las sociedades humanas,
también presente en otras especies del reino animal. Desde las primeras décadas
del siglo XX, es una medida de protección de la infancia, en el sentido de que vela por el derecho de los niños a ser
cuidados en todos los ámbitos por unas figuras adultas referentes, capacitadas
para hacer de padres, en un hogar estable. La mayoría de las personas adoptadas
consiguen integrarse a la nueva familia y desarrollarse dentro de los parámetros que consideramos adecuados a nuestra sociedad. Sin embargo, no quiere decir que no surjan problemas, que por otro lado son
previsibles y comprensibles si tenemos en cuenta las experiencias vividas por
estas personas antes de la adopción –a menudo dominadas por pérdidas repetidas
y carencias graves, especialmente en el ámbito afectivo y relacional- y, en
cualquier caso, por el hecho de que
tienen que elaborar su condición de adoptadas.
Los niños
y adolescentes adoptados presentan más problemas psicológicos si los comparamos
con la población infantil y juvenil no adoptada. D. M. Brodzinsky (1) concluyó a través de sus instigaciones que, si
bien los menores adoptados suponen entre un 1 y un 2% de la población menor de
dieciocho años –proporción similar a la que actualmente encontramos en
Cataluña–, casi el 5% reciben psicoterapia como pacientes externos; entre un 10
y un 15% están en centros residenciales de tratamiento y hospitales psiquiátricos;
y entre un 6 y un 9% están identificados en el sistema escolar como afectados
por problemas de percepción , neurológicos o emocionales.
Nuestra
experiencia en el Centro de Salud Mental Infantil y Juvenil (CSMIJ) de la Fundación Eulàlia
Torras de Beà viene a confirmar algunos de estos resultados. En una investigación
realizada por Núria Beà y Montse Ríes en 2012 (2), en la cual se revisaron las primeras visitas atendidas al
servicio en 2009 al 2011 –ambos incluidos–, se detectó que un 4% de consultas las
realizaron familias adoptivas. En el 48% de los casos, el paciente identificado
era un menor de entre 6 y 7 años de edad, sin que la mayoría de estos
casos se trataran de derivaciones por parte de los centros de Desarrollo y
Atención Precoz que atienden niños de hasta 6 años de edad. Buena parte de
ellos (un 66%) habían sido adoptados antes de los 3 años de edad, lo cual hacía
pensar que la fase de adaptación y establecimiento de vínculos afectivos con la
nueva familia había finalizado o estaba en proceso de hacerlo, mayormente con
éxito. ¿Por qué consultaban entonces?
A los 6
años, coincidiendo con el inicio de la educación primaria, hay un cambio
importante en la exigencia escolar y también social, por lo cual es más probable que a los menores adoptados los
cueste responder debido a las experiencias vividas los primeros años, como ya
se ha dicho, experiencias que favorecen poco una buena evolución en todos los ámbitos.
Las dificultades para responder a esta exigencia mayor motivan la mayoría
de las consultas. En el 20% de las familias atendidas, los padres hacían referencia a la fragilidad emocional y la inseguridad de fondo del hijo; otro 20% destacaban la irritabilidad y la conducta oposicionista, y un 42% explicitaban la elevada inquietud en el ámbito motriz o las dificultades de atención que hasta entonces, o bien no se habían hecho tan evidentes, o bien no habían generado todavía dificultades de aprendizaje. En la base de esta sintomatología pueden existir aspectos neurológicos, fruto de la posible desnutrición o estrés tóxico sufrido los primeros años de vid, los cuales han acabado malogrando el desarrollo del sistema nervioso Sin embargo, hay que tener en cuenta también como factores causales los que se derivan de aspectos relacionales y afectivos del niño.
de las consultas. En el 20% de las familias atendidas, los padres hacían referencia a la fragilidad emocional y la inseguridad de fondo del hijo; otro 20% destacaban la irritabilidad y la conducta oposicionista, y un 42% explicitaban la elevada inquietud en el ámbito motriz o las dificultades de atención que hasta entonces, o bien no se habían hecho tan evidentes, o bien no habían generado todavía dificultades de aprendizaje. En la base de esta sintomatología pueden existir aspectos neurológicos, fruto de la posible desnutrición o estrés tóxico sufrido los primeros años de vid, los cuales han acabado malogrando el desarrollo del sistema nervioso Sin embargo, hay que tener en cuenta también como factores causales los que se derivan de aspectos relacionales y afectivos del niño.
Las
investigaciones a través de técnicas de neuroimágen han permitido entender como
se desarrolla el cerebro durante los primeros años de vida, y se ha comprobado
que las alteraciones en las primeras relaciones de un niño con su cuidador
principal también afectan la estructuración y la organización cerebral, además
de dificultar el desarrollo de funciones psíquicas importantes (3). Cuando las primeras interacciones se han dado
mayormente en términos de cuidados físicos o corporales (trato frecuente a las
instituciones donde han sido criados buena parte de los niños que son adoptados
en el extranjero), cuando no se le ha ayudado
a conocerse a si mismo, a pensar en él, en que le pasa y siente, ni se le
ha calmado en momentos de frustración y malestar, el niño difícilmente podrá diferenciarse
de manera sana del otro, ni tampoco que pasa entonces, con más probabilidad, a
evacuar el malestar a través de actuaciones impulsivas, provocaciónes, autoagresiones
y heteroagresiones , movimientos sin objetivo o somatizaciones. (4)
Cuando
estos niños son adoptados, necesitan que los nuevos padres asuman funciones de
mentalización y de contención, es decir, de comprensión de las emociones del
hijo, para hacer un regreso adecuado que favorezca la reparación progresiva de su capacidad de atención, de representación
mental de sus diferentes estados emocionales y de simbolización de las experiencias
que va viviendo. Y también es imprescindible que los padres le ayuden a pensar en
emociones pasadas, ligadas a experiencias vividas que le han impactado y que forman
parte de él, pero que están para entender, ordenar y asimilar. Me refiero a su historia
previa a la adopción, en especial a su origen.
Esto nos lleva
a abordar otro motivo por el cual la mayoría de consultas de las familias adoptivas
al CSMIJ se efectúan cuando el hijo tiene entre 6 y 7 años de edad. Los niños adoptados
pasan por diferentes etapas en relación
con la vivencia de sus orígenes. Hasta esta edad acostumbran a dar poca importancia
y su visión respecto a ser adoptado es mayormente positiva. No obstante, el
mejor conocimiento de lo que es la reproducción y el nacimiento, el desarrollo
del pensamiento lógico y la capacidad de situarse en diferentes puntos de
vista, les permite, hacia los 6 años. empezar
a entender qué significa ser adoptado. Pasan a unir esta condición con el hecho
de haber tenido que separarse de los padres que le dieron la vida y con el de
no haber nacido de los padres a los que
tiene y aprecio. Esto genera sentimientos de pérdida y abandono, de culpa,
tristeza, rabia, inseguridad, y muchas veces, de miedo a un nuevo abandono
a pesar de se hayan establecido unos
vínculos afectivos positivos y sólidos con los padres adoptivos. En definitiva,
genera un sufrimiento intenso muy difícil de gestionar por él mismo. Nuestra
experiencia es que buena parte de la sintomatología que lleva a la familia a
consultar a un especialista –pasada la etapa de integración y establecimiento
de vínculos- , tiene que ver con diferentes formas de expresión de las dificultades
de elaboración de los orígenes, aunque pocas veces se asocia abiertamente a
esta cuestión en la primera entrevista.
La
exploración psicológica del niño adoptado permite constatar que la historia
previa a la adopción ocupa una parte importante de sus pensamientos, como es
natural en todas las personas adoptadas, a pesar de que no lo hable, no
pregunte y aparentemente no lo piense; pero, a menudo han tenido que alejarlos
de la conciencia o no los pueden poner en palabras ni con las personas más
cercanas a ellos. Esto puede ser debido a las resistencias del mismo niño a
conocer, pensar y conectar emocionalmente con su pasado porque intuye que será
doloroso, lo cual lo lleva a poner en marcha mecanismos de defensa como la
negación, la disociación o la racionalización.
También
puede existir miedo a “traicionar” a los padres adoptivos hablándoles de los
“otros” padres; en estos casos el niño pensará a solas, razón por la cual
no podrá recibir el acompañamiento y el apoyo imprescindible de los padres en
esta cuestión. En otros casos, es el ambiente familiar el que no favorece la
conversación, por el miedo de los padres a generar dolor en el hijo (cuando en
realidad es el silencio el estropea la relación entre el hijo y ellos)) y por
las propias dificultades de los padres para pensar en los orígenes del hijo.
Tengo que
decir que muchas veces me ha sorprendido la capacidad de los niños de expresar,
a través de las pruebas exploratorias, no solo hasta qué punto piensan en sus orígenes
si no también la noción que ellos mismos tienen de estar encallados en esta cuestión y
de que esto les está perjudicando. Por ejemplo me he encontrado en varias
ocasiones que, cuando se les anima a fantasear un relato de forma libre,
explican la historia de un detective que tiene que investigar misterios,
desapariciones, y que tiene mucha dificultad porque ni su curiosidad ni
su necesidad de saber son válidas. Aun así, sus relatos también suelen incluir
personajes desvalidos, desorientados, perdidos en un entorno que les resulta
amenazante y al cual tienen que enfrentarse a solas. En otros, los personajes
tienen ganas de avanza r, de ver mundo, pero les es imposible moverse.
La intervención
profesional tiene que incluir una orientación a los padres en este sentido, que
les ayude a comprender que la manera en que un niño adoptado va entendiendo y asimilando su
historia, sus pérdidas, va muy unida a la manera de percibir el entorno, de
mostrarse a los otros, de relacionarse, de pensar si mismo (autoconcepto), y
también, está claro, de aprender. Es difícil que un niño avance en los estudios
si no puede o no quiere avanzar en el conocimiento y comprensión de sus orígenes.
Un grado
de conocimiento y comprensión más alto de las razones (reales o posibles) que motivaron
la separación de la familia biológica, así como otras posteriores, facilitan la
reparación de estos aspectos. Pero también será imprescindible que los padres
puedan empatizar con las emociones que este proceso irá generando en el hijo, sin
querer minimizar aspectos que son importantes para él, pretender que los olvide
o incluso que esté contento(5).
Cuando
esto es posible, se ven fortalecidos los vínculos entre padres e hijos.
En ocasiones, también hay que proponer un trabajo de tipo psicoterapéutico que favorezca a los pacientes enlazar experiencias de vida, de forma que puedan dar un sentido global y puedan construir una historia de vida ordenada y ligada, para liberarlos de fantasías distorsionadas que les han venido impuestas o bien que ellos mismos han aprendido a relatarse. El niño adoptado tiene que poder sentir una continuidad entre quién era antes de la adopción y quién es ahora, para ir construyendo una identidad más integrada, firme y positiva posible, necesaria para el buen desarrollo y salud mental de las personas adoptadas.
En ocasiones, también hay que proponer un trabajo de tipo psicoterapéutico que favorezca a los pacientes enlazar experiencias de vida, de forma que puedan dar un sentido global y puedan construir una historia de vida ordenada y ligada, para liberarlos de fantasías distorsionadas que les han venido impuestas o bien que ellos mismos han aprendido a relatarse. El niño adoptado tiene que poder sentir una continuidad entre quién era antes de la adopción y quién es ahora, para ir construyendo una identidad más integrada, firme y positiva posible, necesaria para el buen desarrollo y salud mental de las personas adoptadas.